jueves, 15 de mayo de 2014

El huevo es mucho huevo

El huevo es mucho huevo.
Lo decía Roger Wolfe: “hay más misterio en un huevo—por ejemplo—friéndose en aceite, que en todas las leyendas y todos los cuentos de hadas del universo”.
Algunos tenemos esa sensación al ver a la vieja friendo huevos, de Velázquez, o los derretidos y surrealistas huevos fritos de Dalí, mientras recordamos aquello de Picasso:
            Huevos fritos con sus pimientos/ sus tomates y sus cebollas y / papas y encajes de caldero/ cubierto de amapolas.
Quizá el misterio del huevo provenga del hecho de representar para los cristianos la resurrección o para los hindúes el mismo universo: la cáscara es la tierra, la membrana el aire, la clara el agua y la yema el fuego: los cuatro elementos.
Patricia Suárez escribió un poema titulado “hervir un huevo” y tras explicar el proceso proclama:
Si te dicen que no sabes hervir un huevo,
no cocines, no te alarmes, no armes un escándalo;
has salvado una casi alma del naufragio
La  importancia del huevo la vio también el gran gastrónomo Graymond de la Reyniere al proclamar que “el huevo es a la cocina lo que los artículos al discurso”.
El huevo es perfecto en su forma y quizá por ello el escultor Constantini Brancosi pasó sus últimos días acariciando uno de mármol.
Con la forma del huevo se ha representado siempre al personaje infantil inglés Humpty Dumpty, convertido en Zanco Panco en “Alicia tras el espejo”, de Lewis Carrol, que inspiró, entre otras cosas, un tema musical de Chick Corea y un capítulo de House.
Fritos, cocidos, pasados por agua, rebozados, picados, estrellados, revueltos… el huevo está detrás de la mahonesa y la bechamel, da sentido a las monas de Pascua, es la esencia de las tortillas y de la repostería de escuela. Y están desde el principio en nuestros recetarios y nuestra literatura: Lope de Vega, en una de sus cartas, escribe que leyó unos versos con unos anteojos de Cervantes que parecían huevos estrellados, pero también dejó escrito a su dulce Estela: “ni los peces de plata en los garitos./ Como tú me pareces, dulce Estela/ con esos ojos como huevos fritos/ y bien guisados hongos en cazuela”
Nuestro refranero se hace eco del huevo en mil y una sentencias. Mi favorita. Ésta: el huevo, de hoy. El pan, de un día y el vino, de un año. A todos hacen provecho, y a ninguno daño.
El huevo es mucho huevo. En el libro “Filosofía en la cocina”, su autora, Francesca Rigotti recuerda que gracias a la magia de su simetría y a su forma quintaesencial, el huevo se ha utilizado desde la época del neolítico como símbolo de la transformación del caos en cosmo. 
En fin, luego llegó el otro y dijo aquello de manda huevos.
No dejen de leer en “Sopa de Kafka”, de Mark Crick, la receta de los huevos al estragón relatada al modo de Paul Auster, y en su defecto releer el cuento de la gallina de los huevos de oro, ni recordar a Dumas, cuando en 1848 pidió huevos pasados por agua y le preguntaron si un par de huevos de fraile o un par de huevos de seglar, y al pedir aclaración le respondieron que los dos de fraile eran tres y el par de seglar, dos, a lo que Dumas respondió que los frailes en España eran unos seres privilegiados.



 

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