domingo, 17 de marzo de 2013

Un desayuno con (casi) todas las letras


No viene a cuento, pero hace un días alguien me recordó que el desayuno es la principal comida del día y se me ocurrió lo siguiente:
Hablar de desayuno es evocar a Audrey Hepbrun en “Desayuno con diamantes”, la película de Blacke Edwars, inspirada en la novela de Truman Capote “Desayuno en Tifanis”. Pero el desayuno de nuestro Góngora también tiene su lugar en el Olimpo de los desayunos con su “mantequilla y pan tierno/ y las mañana de invierno/ naranjada y aguardiente”.  Por ese desayuno hubiese matado el bueno de Sancho sometido en su Gobierno por orden médica a desayunar “un poco de conserva y cuatro tragos de agua”, que según Cervantes, “cambiaría Sancho por un pedazo de pan y un racimo de uvas”, y seguro que por un buen torrezno haciendo caso a aquel personaje de Lope que proclama “quien con un torrezno asado se desayuna, o con migas, al doctor le da cien higas”. El doctor, el médico, era el problema de Sancho. Seguramente un dietista recomendó aquello de desayunar como un rey, almorzar como un príncipe y cenar como un vasallo, uno de los muchos dichos y refranes relacionados con la dieta, como aquel que augura que “quien borracho se acuesta con agua se desayuna”.
Hay desayunos tristes, como el de Jacques Prévert, que terminan con lágrimas: 
Echó el café
En la taza
Echó leche
En la taza de café
Echó azúcar
En el café con leche
Con la cucharilla
Lo removió
Bebió el café con leche
Dejó la taza
Sin hablarme
Encendió
Un cigarrillo
Hizo aros
Con el humo
Echó la ceniza
En el cenicero
Sin hablarme
Sin mirarme
Se levantó
Se puso
El sombrero
Se puso
La capa de lluvia
Porque llovía
Y se fue
Bajo la lluvia
Sin una palabra
Sin mirarme
Y yo tomé
Mi rostro entre las manos
Y lloré
 Y otros desayunos más estimulantes, como el de Luís Alberto de Cuenca: “tengo un hambre feroz esta mañana; voy a comenzar contigo el desayuno”.
Hay quien desayuna con Nietzsche, como Roger Wolf, que asegura que es “relativamente fácil sobre todo si hace sol, la lluvia es fina…o hay cigarrillos, buen café, ninguna compañía salvo el perro, y las periódicas noticias del gerente de mi banco no me impiden deglutir”. Y también hay quien desayuna con Sócrates, como Robert Rowland Smoth para adentrarnos en la filosofía cotidiana.
Nuestro Nobel Camilo José Cela vaticinaba lo siguiente: “los españoles que todavía desayunamos sopas de ajo, aún sin huevo, y copita de aguardiente de orujo, y que en vez de leer un periódico nos fumamos un pitillo de picadura, estamos llamados a desaparecer”. Lo del orujo está también en los desayunos de Luís Mateo Díez: “Por las mañanas, nada mejor que una copa de orujo y buenos churros”, dice el escritor.
Hay desayunos en soledad y otros en familia, como los del periodista Roger Rosenblatt que le inspiraron la sentimental y vitalista “Desayuno en familia”.  Y hasta desayunos tabernarios a las seis de la mañana con “tazas de té a cinco céntimos, copas de aguardientes de mora, de hierbas, de limón, a cinco céntimos”, como en la taberna de Antonio Sánchez de la novela “Historia de una taberna”, de Antonio Díaz-Cañabate
Seguramente hay más referencias y si me las haces llegar te lo agradezco. 

miércoles, 6 de marzo de 2013

Los misterio de la trufa


Los truferos andan de congreso y tienen mucho de lo que hablar y discutir porque el misterio rodea a la trufa. Es imprevisible. Y como todo lo misterioso es excitante y quizá de ahí su íntima relación con el juego del amor. En sus “Memorias”, Casanova relata un banquete para cincuenta amigos de ostras y trufas regado con vino del Rhin con triunfo final del amor. Y Óscar Wilde dejó plasmada su devoción por trufas y ostras en una receta descrita por él en 1891 en cuyo reverso escribió “la única forma de superar una tentación es sucumbir a ella”.
La tentación de la trufa ya estaba en la cocina de los egipcios, que la preparaban cubierta con grasa de oca y papiro, pero también en la cocina de los romanos y griegos: en el relato de los banquetes de Virrón en la Sátira V de Juvenal, o en los escritos de Marcial cuando le da voz a las trufas para proclamar: “nosotras, las trufas, que rasgamos el suelo con nuestra tierna cabeza…” Ese vínculo con el suelo las convertiría en referencia del Maligno en la Edad Media. Pero sigamos con los clásicos: Filoxeno de Leucade fue el primero en advertir del favor de la trufa hacia lo amoroso en su “Banquete”: “bebamos por la trufa negra/ y no seamos ingratos/ pues avala la victoria/ en seductores asaltos…”
La trufa negra, el diamante negro, como algunos la llaman. Black Diamod, de Martín Walker, es una novela negra protagonizada por el inspector Bruno Courreger y ambientada en Saint Denis, Francia, un territorio que venera la trufa. Una novela negra enmarcada en el mercado trufero. El gran gastrónomo Brillant Savarin, convencido de sus propiedades afrodisiacas y culinarias, la describió como “diamante de la cocina” y con toda la intención escribió: “un guisado de trufa es plato cuyos honores quedan reservados para la dueña de la casa: en una palabra, la trufa es el diamante de la cocina”. O testículo de la tierra, como la describió en su “Afrodita” Isabel Allende.
Imprevisible la trufa, uno nunca sabe dónde encontrarla a ciencia cierta, salvo en el subsuelo, por lo que fue casi proscrita en la Edad Media. San Agustín en “la ciudad de Dios” critica a los maniqueos por ser vegetarianos e incluir en su dieta trufas y setas. Un misterio su ubicación, insisto, y también el momento, aunque Plutarco señalara a las trufas como hijas del sol tras un temporal.
El misterio de las trufas también enganchó a Julio Camba quien aseguraba que tomarse una trufa equivalía a un acto religioso porque nos daba un nuevo sentido de la vida y del mundo. Quizá por eso Lord Byron escribía con una trufa encima de la mesa, embriagado por su aroma, y el poeta Tomás Segovia habla de “labios de trufa celeste”, suponemos con ese sabor que describe Carmen Cecilia Suárez: “el sabor de la trufa/ es un destello/ que deja un gusto denso/ una nostalgia/ la ansiedad de lo ido/ de los que no se puede retener”.
Para todo lo demás están los recetarios y las peleas territoriales sobre la mejor trufa, que tanto triunfa en la mesa y en la cama, lo que nos lleva a recordar de nuevo a Casanova y aquello que aseguraba de que una mujer que no sabe comportarse en la mesa, tampoco sabe hacerlo en la cama. El principio también rige para los hombres.