lunes, 22 de septiembre de 2014

Pucheros

Esta es la intervención que el pasado sábado, 21 de septiembre, tuve en el programa "A vivir Castilla y León" con Diego Merayo acompañando una crónica sobre las alubias. Nada como un puchero para acoger en su seno tan estupendo y sano género. 


La palabra puchero es parroquiana de nuestras cocinas desde 1495, hija de “puches”, o sea “gachas”, y hay algo onomatopéyico en ella: puch, puch, hace el puchero cuando bulle. Puchero imprescindible para hacer unas judías con chorizo, que es uno de los platos nacionales, dice el paisano Antonio Civantos en “La cocina sentimental”. También nuestra paisana Teresa de Jesús, siempre en tierra de legumbres, dijo aquello de que Dios también anda entre pucheros, lo que significa que el demonio también está entre ellos, alimentando, por ejemplo, la gula.El puchero es hermano del fuego y de alguna forma él mismo es fuego, y cuando se dice fuego algo se enciende en la boca, escribió Neruda. El puchero es familiar y telúrico: hay puchero gallego y andaluz, valenciano y castellano. Cada pueblo tiene su puchero y guisa a su modo las alubias, las lentejas, recordando, quizá, que “las legumbres y las leyes han sido siempre para los pobres”, según Paco Catalá en su libro “Cuarto y mitad”, lo que nos recuerda, a su vez, a Manuel Vicent en “Comer y beber a mi manera”. El puchero invita a comer caliente, y “comer caliente, decía Vicent, es una expresión que todavía indica cierto grado de dignidad”.Quizás el puchero no viva hoy su mejor momento arrinconado por robots de cocina y cierto desapego a la cocina tradicional, pero los espaguetis al dente con ajo, aceite y ají resultan más ricos en puchero y por lo tanto más eficaces para quienes “enferman de palabra”, dice en su “Tratado de cocina para mujeres tristes” Héctor Faciolince. En puchero hacía sus alubias con ajo, Chales Bukowski, y pucheros, ollas y otros cacharros de hierro limpiaba con entrega Margaret Powell en los años veinte y así lo cuenta en su libro “En el piso de abajo”, la historia de una cocinera inglesa.Pucheros, ollas y marmitas. Cazuelas. Son el mejor hogar de nuestras legumbres, de nuestras alubias. En ellas todo cabe, como demostró la Olla Podrida española, la madre de todos los cocidos. Y sin ellas, el estofado sería un imposible. Tan importantes son las ollas, que nada bueno le están diciendo a alguien cuando se afirma que se la ido la olla, y si algo nos pone tierno y nos desarma es un niño haciendo pucheros.El protagonista de “Comí”, de Martín Caparrós, calcula cuántas comidas ha digerido hasta ese momento de su vida. La mayoría de ellas, seguro que habían pasado antes por el puchero.