domingo, 31 de marzo de 2024

El hornazo, no es lo que era

 

El hornazo no es lo que era.

Ni si quiera es lo que ustedes tienen ahora mismo en su cabeza, ni lo que les espera el Domingo que viene, Domingo de Resurrección, que cierra la Cuaresma, abre el llamado Tiempo Pascual y el tiempo de los hornazos.

Luego lo veremos.

El hornazo que ustedes tienen ahora en la memoria, el que ya han visto en los escaparates de la pastelerías y hornos, el hornazo que llevan comiendo toda la vida no es tampoco el que comerán en la Pascua en otros lugares de España, ni el que se comía hace años y siglos.

Todo esto es muy raro, lo sé, y por eso quiero comenzar por el principio, dejando las cosas claras, pero también acudiendo a la Biblia.

No es que en la Biblia se hable de los hornazos, pero sí abre la puerta:

“En el principio era el verbo”.

El verbo, la palabra.

Y si una institución sabe de palabras esa es la Academia de la Lengua, que las localiza, atesora, difunde y las expone en su Diccionario.

Los salmantinos, incrédulos, convencidos de que teníamos la verdad absoluta en materia de hornazos, nunca fuimos a ese Diccionario a buscar la palabra “hornazo”, aunque sí buscásemos otras por gamberros, picaros o curiosos.

Pero la palabra “hornazo” no. ¡Para qué! Sabíamos lo que era desde la más remota infancia. En Salamanca todos nacemos sabiendo qué es el hornazo.

Yo tampoco lo hice, tampoco acudí al Diccionario de la Lengua hasta muchos años más tarde arrastrado por la devoción al hornazo y a Salamanca. Y entonces, oh, sorpresa, descubrí que el hornazo no es lo que yo creía que era.

Ahí estaba el Diccionario de la Lengua con su incontestable autoridad proclamando que hornazo es una rosca o torta guarnecida de huevos, que se cuecen juntamente con ella en el horno.

Ni una referencia a nuestras chichas y a su carácter de empanada. Ni a Salamanca.

Me indigné, sí, pero no me dejé vencer por el impacto de la notica. Al contrario, seguí adelante y leí que hornazo “era”, porque la acepción habla en pasado, agasajo que en los lugares hacían los vecinos al predicador que habían tenido en la cuaresma, en el día de la Pascua, después del sermón de gracias.

Cuando leí esto tenía claro que la cuaresma tampoco era lo que había sido y la Iglesia no tenía curas ni frailes que cubrieran todos los pueblos repartiendo sermones de cuaresma, y que tampoco se les daba, si era el caso, hornazos tras el último sermón cuaresmal.

Y menos un hornazo de aquellos citados en el Diccionario, que a mí me parecían feos, insulsos, incomibles. Una masa de harina con huevos cocidos hecha al horno. Vaya birria.

Mi curiosidad por los diccionarios y las palabras me llevó a rastrear sinónimos de hornazo encontrándome con la palabra “mona”.

Tampoco la mona era y es sólo la figurita de chocolate que los telediarios nos distribuyen en sus ediciones pre pascuales; es más, el propio Diccionario de la Academia sitúa a mona y hornazo como sinónimos, si bien insistía en que era una rosca con huevos. Pensé que, aunque la mona se vista de seda, mona se queda, y comencé a apuntar aquí y allá conceptos como “mona de Pascua”, que es costumbre –decía—comer en algunos pueblos por Pascua de Resurrección. Que la palabra mona proviene del árabe, que con ella se referían a “obsequio”. Y que había monas (y por lo tanto hornazos) por toda España y que también tenían sus nombres particulares.

Estaban las monas levantinas, las sencillas monas murcianas, las sofisticadas monas baleares (con huevos coloreados, merengue o chocolate), las monas valencianas, conocidas como panquemado, toña, pingano, fogaseta o fogaza.

Estaba la “opilla” vasca.

El rosco de Pascua de Galicia.

El bollo de Asturias.

La mona de chocolate de Cataluña.

El hornazo de Jaén, que se parecía en nada al nuestro, pero coincidía con la descripción del Diccionario.

Podríamos seguir así recorriendo la geografía del hornazo que no es nuestro hornazo, pero ya les digo que nuestro hornazo, ahora sí, el que tienen ustedes en su cabeza y les espera el Lunes de Pascua o el Lunes de Aguas, es una rareza nacional.

                 Salamanca is diferent. También en hornazo.

 

Aunque con algunas excepciones, como saben los de Ávila, Zamora, Valladolid, algún que otro pueblo de Palencia o de Cáceres.

 

Nuestro hornazo no aparece en el Diccionario de la Lengua ni en otros muchos, pero vamos a obviar este desprecio o afrenta, y vamos a fijarnos en el INVENTARIO DE PRODUCTOS AGROALIMENTARIOS DE CALIDAD DE CASTILLA Y LEÓN, editado en 2001, en el que leemos sobre el HORNAZO DE SALAMANCA que es

          “empanada de tamaño y forma diversos, generalmente ovalada o redonda rellena de huevo duro y productos del cerdo ibérico. De color dorado oscuro con incrustaciones que adornan la parte superior. Es pesado, grasiento y sustancioso. Es uno de los productos más conocidos de la geografía salmantina y su nombre siempre va asociado a dicha provincia”.

 

           ¿Podemos estar de acuerdo con esta definición?

 

           Creo que en general, sí.

 

          Hagamos una deconstrucción de esa descripción.

 

           Es una empanada. Podríamos decir que sí. La empanada ya aparece en el “Manual de mujeres” del siglo XV y era y es un espléndido método de conservación de alimentos, como el bocadillo, al igual que aparece en el “Libro de Coch” de Ruperto de Nola en 1520. A partir de aquellas sencillas “empanadas” la historia de éstas se ha complicado, sobre todo con la aparición del hojaldre y el paso de ser un método de conservación a un plato más en la mesa.

Pensemos en el hornazo como unas viandas empanadas.

Pensemos en las famosas “picas” albercanas, panes rituales, decorados y bendecidos para la protección o sanación, y pensemos en las picas como hogazas de pan con trozos de chorizo, tocino, huevo y lomo de cerdo. Y recordemos, también, cómo en Tamames el Lunes de Pascua se festeja el Día de la Torta, que no es sino tortilla empanada, metida en pan.

El hornazo va relleno de piezas de ibérico y huevos, dice el “Inventario”. Los huevos propios de la mona y las chichas ibéricas que clausuran el tiempo en el que lo cárnico y lo carnal estaba prohibido por la Iglesia, es decir, la Cuaresma.

 

Esa empanada, que es el hornazo, tiene variedad de formas y tamaños, pero también varía su decoración e, incluso, su masa, que esta hecha de harina, sí, pero aderezada con anís o azafrán, por ejemplo, también puede ser más o menos hojaldrada, ser dulce, más o menos dulce, o salada, y en cuanto a la forma también varía: hay hornazos cuadrados, redondos, ovalados, en edredón o evocando la media luna.

Detrás de estas formas hay cierta mística.

Los hornazos redondos evocan el círculo, la rosca, que no tiene ni principio ni fin, donde la muerte termina en resurrección, y vuelta a nacer, y esto, a su vez, nos lleva a la figura del huevo, elemento muy unido a la teología desde la momificación a la propia resurrección, que evocan esos huevos (vaciados, vacíos, como el sepulcro de Cristo) y decorados. Los huevos de Pascua, que los niños echaban a rodar por las eras el Domingo de Resurrección o el Lunes de Pascua. Los huevos del ofertorio al Cristo del Socorro el Lunes de Pascua en Fuenterroble. Hornazos circulares que enlazan con la definición clásica, con las monas.

Y hornazos más altos o bajos. Familiares o individuales, que solían ser obsequio de madrinas a sus ahijados, o del novio a la novia. Hornazos sencillos como una bolsa de masa dentro de la cual están los tasajos, incluido el huevo con cáscara y todo.

Hornazos, horneados, dorados como lingotes de oro.

 

Como ha escrito Luciano González Egido:

 

“cuando (el hornazo) se saca del horno la masa dorada y se deja enfriar, nada pertenece a la mente humana. Todo sobrepasa cualquier planteamiento racional. Todo entra en el reino de la magia. Al salir del horno el hornazo ha adquirido el dorado tentador y crujiente de los manjares cardenalicios. Sólo queda entregarse a la delicia de su consumo…

                                            Las raíces del árbol. Luciano González Egido.

 

 

Un dorado al que se une la decoración superficial que tiene sus antecedentes en la identificación de la pieza en el horno comunal. Como se hacía con los panes nuestros de cada día siglos atrás. Decoración para ser localizado y para generar admiración y envidia, por qué no. Decoración que hoy es una seña de identidad, aunque entra en una categoría terrible: la de la uniformidad.

Todos los hornazos de origen industrial si no iguales se parecen como dos naranjas.

 

“Es uno de los productos más conocidos de la geografía salmantina y su nombre siempre va asociado a dicha provincia” decía la definición del “Inventario” lo cual es cierto, aunque oirán hablar de hornazo en Fermoselle, Ávila, Palencia, Valladolid o Zamora, y del Día del Hornazo en algunas localidades segovianas o sorianas.

El hornazo ha pasado de ser un producto vinculado a unos escasos días del año a estar presentes todos: es pincho en los bares, merienda de cualquier día, es también regalo cuando se va de visita, suvenir salmantino, elemento promocional en ferias de turismo… Vaya con el hornazo, que sigue manteniendo su carácter de “mona”, es decir, de obsequio. Si quiere triunfar cuando va de visita, lleve un hornazo. Aunque haya perdido por el camino sus huevos tradicionales, según la industria del hornazo para minimizar el riesgo de contaminación.

Pero, a pesar de lo dicho, el consumo del hornazo tiene sus picos y estos coinciden con el Lunes de Pascua y, sobre todo, el Lunes de Aguas.

La Pascua es, sin duda, la estación de los hornazos (y por lo tanto de las monas dichosas). Como dice el refranero:

 

                     Pascua de Flores, tiempo de hornazos.

 

Y esa Pascua de Flores pongamos que comienza el Lunes de Pascua, que sigue al Domingo de Resurrección, aunque ya este día en la provincia algunos se sacuden los primeros hornazos, incluso antes, el Sábado de Gloria. Es el caso, contaba Ángel Carril, de los vecinos de Villasbuenas que al segundo de finalizar la Vigilia de la Cruz salían fuera de la iglesia, protagonizaban un ritual que se conocía como el “Calvario de la Chicha” y se zampaban el hornazo. El primero, seguramente, de la provincia.

Vamos a pensar que no era gula sino devoción por la resurrección de nuestro señor lo de estos vecinos.

 

El Domingo de Resurrección los vecinos de Villarino de los Aires acuden al teso de San Cristóbal y Ambasaguas a comer asado y hornazo. Y sus vecinos de Mieza hacen lo mismo en Carrascal. En Sobradillo era costumbre ir a La Vega y en Nava de Béjar se ofrecía hornazo de ofrenda en la procesión, se entregaban huevos a los niños y se comía hornazo.

El Lunes de Pascua, como he apuntado, el día es más hornacero. Regresan los de Villarino al Teso de San Cristóbal y los de Sotoserrano celebran el Escarnio de Judas con hornazo, claro. Hornazo presente en las primeras romerías de la temporada, como la del Niño, en Cantagallo o la procesión de la Virgen del Castillo, en Yecla de Yeltes. En Fuenterroble se subastan huevos en honor del Cristo del Socorro. Algún que otro hornazo cae siempre el Lunes de Pascua en La Alberca, donde celebran el Día del Pendón. Y como ya se ha apuntado, en Tamames, el Lunes de Pascua es Día de la Torta, empanando tortilla y dando buena cuenta de ella en el campo.

Todo santo tiene su octava, se dice, y el Lunes de Pascua lo tiene en el Lunes de Aguas, sin duda el más hornacero del año entre unas cosas y otras.

No falta el hornazo el Lunes de Aguas en las romerías de la Virgen del Buen Suceso, en Linares de Riofrío; ni en la de Nuestra Señora de los Remedios en Buenamadre, ni en otras festividades marianas con procesión de la Virgen de la Encarnación en La Orbada, de la Virgen del Castillo en Yecla de Yeltes, donde se ofrecen las primeras roscas decoradas de la temporada en la provincia, en la fiesta de la Virgen del Gozo, en Los Santos, donde se subastan donaciones de los vecinos entre las que suele haber algún hornazo; la Virgen del Mensegal es celebrada con sangría y hornazo, que también suelen estar en la Fiesta del Voto a Santa Bárbara en Villoria.

El Lunes de Aguas, además, los mozos bailan en las aguas del río Alaraz al Cristo del Monte y a Nuestra Señora de las Nieves. Un baile que de alguna forma enlaza con esas “aguas” que acompañan el nombre de este lunes, que es fiesta del Cristo de las Aguas en Vega de Tirados. Dos citas con hornazos, como lo es el Día de Trago en La Alberca, que coincide con el Lunes de Aguas. Los casados en el año invitan a vino en unos vasos rituales bien custodiados en el Ayuntamiento y luego dan cuenta del hornazo.

El hornazo invade el Lunes de Aguas toda la provincia. Haya o no romería, cristo o virgen que celebrar, o cualquier otra tradición, aunque si usted sale por esos mundos de dios y pregunta por el Lunes de Aguas le hablarán de Salamanca, la capital, de los estudiantes, las putas y el hornazo. Así está fijado ya en el imaginario de la capital, y sin ánimo de hacer ningún revisionismo sí convendría plantearnos ciertas cuestiones porque el Lunes de Aguas salmantino tiene aún muchos lugares oscuros.

Sabemos que en Salamanca hubo también, como en otros lugares, una casa de mancebía, con la que se pretendía tener organizada y controlada la prostitución. Y que, según el reglamento de dicha institución, el Miércoles de Ceniza sus trabajadoras estaban obligadas a dejar de prestar sus servicios. Probablemente, para evitar males mayores y buscar algún arrepentimiento, aquellas mujeres eran desterradas a otro lugar evitando así las tentaciones y buscando mediante sermones de aparato cargados de amenazas su arrepentimiento. Este destierro finalizaba la octava del Lunes de Pascua cuando aquellas mujeres podían volver a la Casa de la Mancebía y ejercer, no sin antes someterse a un último intento del predicador de turno en la misa correspondiente en la ciudad, lo cual exigía pasar las aguas, es decir, cruzar el Tormes, y hacerlo por el Puente, que es a lo que seguramente se refiere el estudiante del siglo XV Girolamo de Sommaia cuando anota en su diario “di di pasar las aguas”, día de pasar las aguas.

Esto es verosímil pero no contamos con todo lo necesario para decir que fuese así.

En el imaginario se ha establecido un cortejo de barcas engalanadas con ramas –de aquí, quizá lo de “rameras”—que remontaba las aguas del Tormes en medio de gran jolgorio en el que tenían papel destacado los estudiantes trasladando a las prostitutas a su lugar de trabajo. Esto sería lo que podría haber detrás del “Di di pasar las aguas”, ignorando el importante papel entonces de la vigilancia de la moral tras la cual estaba muy atenta la Iglesia y sus inquisidores.

Como digo, al rompecabezas le quedan muchas piezas por colocar y desgraciadamente no aparecen.

Y es posible que no lo hagan.

El mito está ahí y hoy está ampliamente fijado en la sociedad.

El caso es que aquel Lunes de Aguas era y es especial. Podría decirse que era la tercera entrada de Salamanca en la primavera después de la entrada oficial en ella el 20 de marzo y canónicamente el Domingo de Resurrección, y que esa tercera entrada, la del Lunes de Aguas, estuviese marcada por el reencuentro con la naturaleza renaciente tras el invierno, expresada en campos floridos y aguas corriendo por arroyos y ríos, como el Tormes. Un reencuentro también con la libertad de comer sin la dieta cuaresmal impuesta por la Iglesia: viva lo carnal, viva lo cárnico, y rienda suelta a todos los sentidos. Y ahí estaba el hornazo.

               ¿de verdad estaba ahí el hornazo?

El hornazo como ofrenda al predicador, sí, porque hay literatura que lo avala, pero el hornazo como merienda y como lo entendemos los salmantinos ya es otra cosa.

En el siglo XVII se escribe “Entremés de gorronas”, pieza anónima en la que se habla del Lunes de Aguas

 

                 Riñen las gorronas

                 Con sus galanes

                Y al paso de las aguas

                 Hacen las paces.

 

Se dice en él, aludiendo a los estudiantes y amantes, y a ese ambiente “puteril” que aún hoy marca el mito del Lunes de Aguas. Sin noticias del hornazo.

Entre los siglos XVI y XVII, concretamente entre 1754 – 1817 vive Juan Meléndez Valdés. Una parte de esos años los pasó en Salamanca de estudiante, donde cultivó la poesía y fruto de ese cultivo son algunas referencias a parajes salmantinos como el Zurguén y a fiestas como el Lunes de Aguas, por ejemplo:

 

A la gran borrachera Del Lunes de las Aguas, Primera fiesta de Baco de nuestra Salamanca, y solemnidad ilustre que ella tan solo guarda en todas las aldeas que el claro Tormes baña, donde salirse suele a la campestre estancia con opíparas mesas de corderos de Pascua, y en espumantes copas del nieto de las parras dar a la primavera mil bacanales salvas (……) a cuál más desvergüenzas mostrando en sus palabras que francas de sí mismas a nada se negarán.

 

        Detalle muy interesante de esta crónica del Lunes de Aguas es la ausencia de nuestro hornazo y la aparición en escena, esa fiesta, de “corderos de Pascua”, que podría indicarnos que era lo que tradicionalmente se comía en tan señalada fecha. Asados.

 

Si avanzamos un siglo y nos emplazamos en el siglo XIX encontramos a Francisco Fernández Villegas, alias ZEDA, ilustre periodista y cronista, que vivió entre 1856 y 1916, autor del libro SALAMANCA POR DENTRO en el que habla de Salamanca y lo hace con conocimiento de causa porque nuestro ZEDA llegó a Salamanca de niño y terminó en ella su carrera de Filosofía y Letras. El 22 de diciembre de 1891 dirige una carta al gastrónomo Ángel Muro, entonces figura de la gastronomía española, que al cabo de los años aparece publicada en el libro Escrito Gastronómicos de Ángel Muro. Hablo de 2002.

 

Escribía en 1891 don Francisco del Lunes de Aguas:

 

Al primer lunes, después de la semana de Pascua de Resurrección, se le

da en Salamanca el nombre de lunes de aguas. Aquel día la gente del

pueblo se esparce, o bien por la Aldehuela, dehesa próxima a la capital,

vasta llanura (la dehesa, por supuesto) que aquí y allá asombran tupidas

alamedas y de trecho en trecho encinas de ancha copa, o por las

choperas que se extienden a la margen derecha del Tormes o por las

frondosidades de la huerta de Otea. Algunas familias se deciden a pasar

el puente con el fin de solazarse en la pradera del Zurguén, cantado, lo

mismo que el Otea, por los poetas de la escuela salmantina del siglo

XVIII, y muy particularmente por Meléndez Valdés e Iglesias de la Casa.

En unos y en otros lugares, grupos de artesanos con sus mujeres e hijos

meriendan alegremente su gran cazuela cuajada, plato tradicional, cuya

base la forman los castizos garbanzos y cuyos relieves los constituyen el

sustancioso chorizo del país, la oronda morcilla, el jamón, el lomo y

otras no menos sabrosas golosinas.

No hay que decir que tan suculento guiso es regado con el tinto de Toro,

el clarete de Hervás o con el blanco de la Nava o de Alaejos. Terminada

la merienda no falta aficionado que rasguee la guitarra, puntee la

bandurria o estire y encoja el acordeón, mientras mozas y mozos hacen

la digestión de lo merendado, jaleando sus cuerpos con los acompasados

vaivenes del schotis o de la polca.

 

Supongo que habrá llamado la atención esa cazuela cuajada, calificada de plato tradicional, cuya receta, ofrecida por el mismo escritor es la siguiente:

 

Bátase media docena de huevos, mézclense con lo batido algunos

(pocos) garbanzos cocidos, perejil, picadillo muy menudo de pechugas

de aves, de jamón y de ternera, hágase con todo ello una especie de

tortilla y póngase a freír en una cazuela, en la que se habrá derretido

previamente un cuarterón de manteca. Al cabo de quince minutos

retírese del fuego y déjese enfriar.

La tortilla cuajada estará entonces en

su punto.

El plato no es de los más delicados, pero en cambio es muy sabroso y

Nutritivo.

                                         Escritos Gastronómicos. Ángel Muro.

 

Es muy posible que ese plato tradicional del Lunes de Aguas del siglo XIX, o de las meriendas campestres en general, les recuerde el popular relleno del cocido.

 

Pocos años más tarde de fallecer, en 1916, Francisco Fernández Villegas, se publica, en 1929 la primera guía gastronómica española de la mano de Dionisio Pérez, alias Post Thebussen, confeccionada a partir de colaboraciones de figuras locales que aportan sus conocimientos. En el caso de Salamanca es el director de EL ADELANTO, Mariano Núñez Alegría, que se despacha así con el hornazo:

 

Plato típicamente de la ciudad de Salamanca es el hornazo, que es una especie de torta de Pascua, hecha de pasta de pan o de hojaldre, como una gran empanada en la que dentro se coloca chorizo, jamón,huevos cocidos y hasta trozos de aves. La particularidad es que se come tradicionalmente el llamado Lunes de Aguas, o sea, el lunes siguiente al de Pascua de Resurrección, día que si hace buen tiempo todas las familias salmantinas meriendan en el campo.

Esto tiene una tradición corriente, que es esta: en los antiguos tiempos universitarios, el Miércoles de Ceniza los bedeles encargados de la Casa de la Mancerías (sic) confinaban en el inmediato pueblo de Tejares a las mujeres “non sactas” a quienes iban a despedir los estudiantes jaraneros, y el Lunes de Aguas salían los mismos estudiantes a recibirlas”.

 

 

 

                                        Guía del Buen Comer Español. Dionisio Pérez,                Post-Thebussen 1929.

 

 Ya tenemos al hornazo –tal y como lo conocemos hoy—en el Lunes de Aguas. Estamos a principios del siglo XX.

 

 

En 1930, Enrique Esperabé de Arteaga, en su libro “Salamanca en la mano”, deja claro que el hornazo salmantino es lo que todos aquí tenemos claro qué es:

 

“Unos y otros, señores y plebeyos, hacen honor al clásico hornazo, un pan grande, de elaboración especial, relleno de jamón, chorizo, carne o huevos duros”.

 

                               “Salamanca en la mano”. Enrique Esperabé de Arteaga.

 

Todo un premio Nobel, Camilo José Cela, citaría en ese siglo XX al hornazo en su libro “Cajón de sastre” al escribir:

 

Tras la tempestad del calderillo vino, para que nada faltare, la galerna de hornazo, el pan que levanta muertos y mata vivos, precursor de la calma chicha del derrotado, del hombre que llega al postre sin poder hablar y teniendo que hacer acopio de todas sus fuerzas y de sus resoplares para toda la digestión.

                                                 Cajón de Sastre. Camilo J. Cela.

 

Llegamos así a este siglo, siglo XXI, con todo un fenómeno editorial francés, Bernard Minier, exitoso escritor de novela negra ambienta en Salamanca parte de su novela “Lucía” en la que cita a nuestro Lunes de Aguas.

“Es una tradición que se remonta al siglo XVI. El rey Felipe II, que era muy piadoso, ordenaba expulsar a las prostitutas de la ciudad de Salamanca durante la Semana Santa. Las desterraba al otro lado del río. El lunes siguiente, concluida la Semana Santa, el Padre Putas…así lo llamamaban…era el encargado de volverlas a traer a la ciudad, pero ellas debían atravesar el río en barca. No podían pasar por el Puente Romano, porque vivían en pecado. De ahí viene la expresión Lunes de Aguas”.

 

                                                              “Lucía”. Bernard Minier.

Los salmantinos hemos tenido en época contemporánea dos diarios, El Adelanto y La Gaceta. El Adelanto desde finales del XIX y La Gaceta desde los años 20 del siglo pasado. En algún momento han aparecido otros diarios, como La Voz de Castilla en la época de la Dictadura de Primo de Rivera, o Tribuna de Salamanca en la década de los ochenta.

De los diarios de entonces El Adelanto escribió del hornazo y el Lunes de Aguas más que La Gaceta, quizá porque detrás de este se encontraban fuerzas conservadoras muy cercanas a la Iglesia. Llama la atención un artículo de los años cuarenta de El Adelanto en el que dice:

             “cada cosa tiene su hora precisa. Y ha sonado, señores, la hora del hornazo. No vamos a descubrir –ni lo intentamos siquiera—la historia del hornazo. Una tradición.

               Que viene de prole en prole”.

 

            No entra en la historia porque, lo deja claro después, la desconoce. No se conoce, pero se lanza:

             “el área de dispersión del hornazo llega a todos los lugares de la Península, aunque la denominación es distinta”.

             

             Y asegura que en León se llama empanada. En Murcia mona. Pastel de Pascua de Resurrección es otra denominación citada.

             El hornazo, sigue, “está construido en primer lugar por una masa de pan muy trabajada, de fina harina, que proporciona una excelente suavidad al paladar. Ya de por sí esto descubren un gran avance en la civilización. El pan, alimento primitivo, cosa simple, se junta a otras sustancias para constituir un alimento complicado y completo que admite las más extraordinarias fantasías culinarias y que se revela con perfección del gusto, de gran trascendencia”.

             En esa época el precio del hornazo iba de una a veinticinco pesetas según la calidad y cantidad.

 

             Un dato que me llama la atención lo extraigo de LA GACETA de 1939 cuando se dice: “Las márgenes del Tormes se vieron salpicadas de grupos devotos del clásico hornazo”.

 

              En LA GACETA de 1963 se habla también del Lunes de Aguas después de años de discreción:

 

           “La tradición sigue apenas el tiempo lo permite. Ayer fue el famoso y picaresco Lunes de Aguas de honda raíz popular y escolástica. De hornazo y de tinto. De tortilla y alameda… Los picos pardos se fueron al montón del olvido, quedaron lejos, y para ir a su encuentro ya no es preciso pasar el río. De toda esa vieja y celestinesca historia queda el hornazo. Nuestra empanada hoy metida en simples sabores de confitería pero que conserva sus devotos de bota y gaseosa y aún de cosas-colas”

            Y añade:

         “Uno, por viejo, recuerda los buenos tiempos en que la tarde del lunes de aguas era fiesta total y no había salmantino que se quedara sin tortilla u hornazo, comido bien en las eras de las carmelitas o en la Chopera. Con estos predios bastaba a una Salamanca pequeña, entrañablemente provinciana y orgullosamente pobre”

            Y remataba don Alfonso Hortal que esa Salamanca, entonces, en 1963 se tenía que ir muy lejos a comer el hornazo.

 

         Personalmente creo que es a partir de los años setenta cuando el Lunes de Aguas y el hornazo comienzan a abrirse un hueco grande, importante, en la prensa local hasta llegar a nuestros días.

 

         Con anterioridad a la Guerra Civil el periodismo tenía mucho de literatura. La literatura se ha hecho eco del hornazo, pero no del nuestro sino de aquel que citaba Tirso de Molina: “los hornazos de güevos que dan por Pascua” o aquel otro de Lope de Vega en “Peribáñez”: “Eres entre mil mancebos hornazo en Pascua de Flores con sus picos y sus huevos”. Nuestro Nebrija hablaba de “hornazo de huevos” y Juan Valera en “Doña Luz” de “chocolate con hojaldres, empanadas y hornazos”.

        Menos mal que Matías García, el llamado “cura poeta”, en su libro “El país charro” escribió:

 

“En las casas de los ricos

Qué empanadas me sirvieron

Empedraditas de lomo

Estrelladitas de huevos”.

 

                                                           “El país charro”. Matías García.

          Esto ya nos suena más.

 

         Tiene razón Julio Valle Rojo cuando afirma que “casi todo lo más importante para el pueblo llano se desarrollaba en torno a la comida”, afirmación que podríamos enlazar con el clásico “de la panza sale la danza”.

 

         Hace años el cantante folclorista salmantino Gabriel Calvo grabó un disco dedicado al Lunes de Aguas con textos de Rosa Lorenzo, Jacobo Sanz, Santiago Juanes o Antonio Sandoval. Una de las canciones (Hoy es el Lunes) dice en el estribillo que el Lunes de Aguas “se come hornazo, se canta y baila”. En otra (El Lunes de Aguas) se proclama que “hoy es el Lunes, Lunes de Aguas, hornazo y vino, de horno y pitarra. Que baile el charro, la charra guapa”. Y en otra (Pasacalles del Padre Putas” evoca aquella casa que “la llaman de mancebía, jardín de la delicia, donde moran los pecados”.

         No tengo muchos datos de la presencia del Lunes de Aguas en el cantoral tradicional salmantino más allá de aquello recogido por Pilar Magadán en Villasbuenas:

           

“El hornazo de las mozas

Ya está puesto en el altar

Ahora falta el de los mozos

Que lo vayan a buscar.

El hornazo de los mozos

Ya lo fueron a buscar.

Ahora llaman a las mozas

Para que salgan a bailar”.

 

 

 

 

         Del folclore de Sotoserrano es otra copla que dice:

 

La bollita de Pascua

No me la diste

Los dulces de San Marcos

Ya los comiste.

 

        En Tremedal de Tormes se le ofrece a la Virgen un hornazo en la madrugada del Domingo de Pascua de Resurrección y se le cantaba:

 

El hornazo te traemos

Poquito y de buena gana

Os lo traemos las mozas

Nos lo han dado las casadas.

 

        Del cancionero de Hinojosa de Duero es la copla que afirma:

 

El que quiera divertirse

Y gastar poco dinero

Que se venga a los hornazos

De Hinojosa de Duero.

Hinojosa es la localidad más hornacera de Salamanca con su Jueves Lardero o sus tres salidas consecutivas de Pascua (Domingo, lunes y martes) con hornazo en la cesta. Y creo que hay alguna más.

 

Termino.

 

Ángel Rufino de Haro, Mariquelo, me envió en cierta ocasión un poema de los suyos dedicado al Lunes de Aguas en el que se dice en un momento:

 

Y como en esta mi tierra

Si algo se ha de celebrar

En lo primero que piensan

Es en algo para jalar.

Se preñaron una hogaza

Con lo mejor del cochinillo

Salchichón, chorizo y lomo

Y el jamón con su tocino.

 

                   Quizá entre el hornazo que fue y el hornazo que es, hubo un pan abierto por la mitad y preñado de carne, en el que vio un cocinilla de la época una empanada al horno.

Un género, por cierto, con mala prensa en el Siglo de Oro, a lo que contribuyó Quevedo, porque uno, al final, no sabe qué hay dentro de esa empanada.

 

Para mortificar a los carniceros, Quevedo se despachó con aquello de:

Con poco temor de Dios

Pecaba el pastel de a cuatro,

Pues vendía en traje de carne,

Huesos, moscas, vaca y caldo.

 

                 También don Diego, en otra ocasión, escribió:

 

“parecieron en la mesa cinco pasteles y tomando un hisopo, después de haber quitado los hojaldres, dijeron un responso con un réquiem aeternam por el ánima del difunto cuyas carnes eran aquellas”.

 

                    En el Madrid del Siglo de Oro algún conocido mesón lo era también por su empanada de ahorcado, y no entremos en detalles.

 

                    Acertó el que convirtió el empanado en empanada, de tal manera que hoy también se nos conoce por esa empanada que es nuestro hornazo, santo y seña de nuestra gastronomía, que, aunque no hable de él nuestro Diccionario de la Lengua, ya está en libros, guías gastronómicas, recetarios, wikipedias, redes sociales, hablan de él los influencers, también la televisión y hasta fuera de nuestras fronteras al hablar de Salamanca se habla del hornazo. No del que fue, aquel de picos y huevos, el que Fray Gerundio recolectaba con el alguacil por las calles, tras terminar los oficios de Cuaresma, sino del que es. El hornazo que igual acompaña un vino en la barra de un bar, que embellece una merienda junto a la chimenea o una encina, el que abre las puertas a la visita o el que enciende la nostalgia del salmantino ausente de su tierra. Ese hornazo que en un pueblo sabe de una manera y en otro, de otra. Ese hornazo que es una cuerda que ata a familiares y amigos, y que llegó también hasta Santa Teresa, que en una de sus cartas asegura que tenía cierta idea “en hornazo”.

Pues “en hornazo” tenemos ya el nuestro camino de la Pascua con parada obligada en el Lunes de Aguas.

 

(Conferencia pronunciada el Miércoles Santo 27 de marzo de 2024)