martes, 31 de mayo de 2011

En Zamora, entre pepinos

Anda el gremio de gastronomía regional reunido en Zamora para hablar de muchas cosas, pero de forma especial el vínculo entre internet y gastronomía. A mí me ha tocado hablar en una mesa sobre jornadas gastronómicas, que uno, en su modestia, ha venido a enlazar con lo festivo. Me explico: si acudo a una cita de estas me gustaría salir bien comido, con algo descubierto y habiendo pagado lo justo. También entiendo que una jornada gastronómica debiera ser una fiesta para los organizadores --públicos o privados--en forma de rentabilidad económica y de promoción del restaurante, el producto, la zona, el guiso... Y finalmente, la fiesta debiera llegar al objeto de las jornadas que es el producto, el plato, menú... He sido crítico con las jornadas porque sí, las de siempre y con lo mismo: me aburren, no me sorprenden. Y lo peor es que abundan cada vez más.
También he comentado la posibilidad no de regular sino de clasificar las jornadas gastronómicas como se califican los monumentos, los paisajes, las ciudades... Sería una forma de promocionar determinadas jornadas y de estimular a los convocantes de este tipo de acontecimientos. Y si la información se halla en una plataforma de internet como un menú, mejor que mejor.
El principal enemigo de las jornadas son precisamente las mismas jornadas. Aquellas que se repiten, que no aportan nada nuevo y que, desgraciadamente, cada vez abundan más y más. Las hay de restaurante, de producto, de guiso, de carta nueva... Individuales y colectivas. De temporada. De producto. De tipo de cocina. Personalmente me safisfacen las que me aportan algún descubrimiento en forma de producto, técnica o plato, las que revalorizan la despensa de una zona y las que, por supuesto, no me sangran el bolsillo.
Me ha parecido muy interesante lo que me ha comentado una cocinera (jefa de cocina de La Buena Madre), que explicaba la posibilidad de vincular la mesa al conocimiento del medio donde se producen los alimentos que se sirven.
Los pepinos han aparecido, claro. Es curioso saber que los israelitas que siguieron a Moisés en la huida de Egipto echaban de meno los melones y pepinos, que eran un manjar, o que el pepino estaba en la cosmética antiarrugas de Cleoplatra o que de un tiempo acá se extiende el gin tonic con pepino, sobre todo a partir de la aparición de una ginebra. Hendrick´s, con infusión de pepino y flores de rosas de Bulgaria. Los pepinillos en vinagre aparecen en La Rebelión de los Nabos, de Javier Tomeo. En otro momento le dedico algo más al pepino, tan empleado en gazpachos y ensaladas. Que aproveche. Saludos desde Zamora, desde Sabores 2011.
Y gracias Javier Pérez Andrés por mantener la llama de este encuentro nacido hace casi una década.

miércoles, 25 de mayo de 2011

La zanahoria

La zanahoria viene de lejos, seguramente de Oriente, y llegó aquí en las manos de los árabes. Isfannariya es el nombre árabe de donde procede, aunque los romanos ya la empleaban: está en los frescos de Pompeya, y en un estudio de Alain Touwaide y Robert Fisher del Instituto Smithsorniano sobre la botica romana éstos afirman que "los romanos empleaban la zanahoria como un curalotodo". Sin embargo, en los manuales dietéticos renacentistas, como el de Herrera, se pone algunas pegas: "además de sus propiedades calientes, las chirivías y zanahorias son de dura digestión y dan poco mantenimiento al cuerpo. Además tiene la virtud de hacer orinar". Así se cita en Dietética medieval de Juan Cruz Cruz. La primera referencia sobre su cocina la encuentro en Arte Cisoria de Enrique de Villena, recogido por Antonio Gázquez Ortiz en La cocina en tiempos del Arcipreste de Hita. Dice el Marqués de Villena que si se comen crudas es preciso "limpiar bien de la tierra e pelos delgados que tienen", si son asadas "en brasas no cumplen quitar aquellos pelos, que en el fuego se queman", y si son fritas y adobadas "no ha menester tajo". Naturalmente, también servían de compañía a las carnes, dando lugar a nuestro secular estofado. Por cierto, el Arcipreste de Hita, habla en algún párrafo de su Libro del Buen Amor, de un "licor de zanahorias". "muchas ricas bebidas las mandan muchas veces/ de cidra, de membrillo, licor hecho con nueces/ otro con zanahorias y demás pequeñeces/unas y otras regalan cada día con creces". Volvamos a la medicina y los médicos a los que tanta manía tenía Quevedo, que vuelve a manifestar en Sueño de la muerte cuando critica la jerga de los galenos, "invocaciones de demonios", dice, y cita algunas: "boptalmos, opopanax, leontopetalon, tragorigarum, potamogeton...Y sabido que quiere decir esta espantosa barahúnda de voces tan rellenas de letronas, son zanahorias, rábanos y perejil, y otras suciedades". Otro de nuestros clásicos, Diego Hurtado de Mendoza, le dedicó a la zanahoria unos tercetos: "que cierto es una fruta probada/ o raíz, por hablar más propiamente/ dulce, tiesa, rolliza y prolongada./ Pareceros ha fría, y es caliente/ tiene un gusto suave y muy cordial/ para entretenimiento de la gente.../ Oí decir que un médico gabacho/ afirmaba que macho y hembra era,/ pero siempre la tuve yo por macho..." Una coplilla que me lleva, es fácil imaginar por qué, al libro Afrodita de Isabel Allende, biblia de la cocina y despensa afrodisíaca, donde dice lo siguiente de la zanahoria: "Esta raíz, vulgarmente llamada consuelo de viuda empezó a cultivarse en Europa en el siglo XVII, fue llevada a América por los primeros colonos ingleses. Por su contenido en vitamina A y su forma se le atribuye el poder de exaltar la lujuria, pero en honor a la verdad: no conozco a nadie que se excite con una zanahoria (me refiero al comerla, por supuesto)". Y el libro Comer de cine me ha recordado la película Halfaouine, l`enfant des terrasses y la escena en la que un hombre interrumpe una tertulia de mujeres; éste lleva una bolsa con berenjenas, calabacines y zanahorias. "A su partida, el jolgorio (de las mujeres) estalla incontenible por la evidente sugerencia fálica que representan las verduras". Una prueba, dicen los autores, Xabier Gutiérrez y Juan Miguel Gutiérrez, de la pendiente liberación femenina en los países árabes.
Otro punto de vista nos ofrece Ayes Tortosa en un poema infantil que remata: "Y ya se acabó la historia/ de Nariz de Zanahoria/ que tocaba el violín/ en un banco de jardín/ y tan solo una moneda/ por estos cuentos me lleva". O aquel poema trabalenguas que dice: "Yo era un conejo/ tras una zanahoria/ atada de un hilo/ a la mano de un hombre/Corría y corría/ tras la zanahoria/ atada al hombre/ corría y corría". Otros poemas tienen una intención distinta, como este de Saínz de Marco: "Qué sería de este pobre burro/ sin su zanahoria/ sin su pequeña ilusión/ colgada de un palo". Más radical es Zanahoria rallada, de Miyó Vestín, dedicado al suicidio y que dice en un momento "apuestan si son fideos o arroz chino/ el médico de guardia se muestra intransigente/ es zanahoria rallada." Y muy sugerente lo que dice la Camarada Zanahoria en La Rebelión de los rábanos, de Javier Tomeo: "lo que es evidente es que por muy listos que sean los corderos, opina la Camarada Zanahoria, lo son más los hombres: hay más corderos que acabarán en la cazuela de los hombres, que hombres en la cazuela de los corderos".
Clásico de la literatura francesa --agridulce, por cierto--es Pelo de Zanahoria, de Jules Renard. Si tiene interés por las relaciones humanas profesionales, tendrá que leer el exitoso El principio de la zanahoria, de Adrian Robert Gastrick y Chester Eltor. Si las aventuras raras, Capitán Zanahoria, de Terry Pratchett. Y no pierda de vista Sopa de Kafka, de Mark Crik, un autor que escribe aquí imitando a clásicos y dando a sus escritos contextos gastronómicos. Uno de los relatos, "Coq au vin", imita el estilo de Gabriel García Márquez: "Tobaga cubrió aquella carnicería con el adobo de vino tinto y el (gallo) Jaguarcito quedó silenciado para siempre. Cortó las zanahorias en pedacitos y cada vez que el cuchillo se estrellaba contra la tabla de cortar, los pechos le daban un brinco". Tiene pinta de ser curioso también Suetonio Pimienta: memorias de un diplomático de la República de Zanahoria, de Gustavo A Navarros, o el infantil Si yo soy zanahoria, tú eres nuts, de María Menéndez-Ponte, preparado para que el inglés entre fácilmente en los niños.
Finalmente, y como homenaje a mi siempre adorada ensaladilla rusa, la receta de Escoffier de la Salade Ruse: "se compone en partes más o menos iguales de zanahorias, nabos, patatas, judías, trufas, champiñones, lengua escarlata, pechugas de ave, carne de bogavante, alcaparras, pepinillos, salchichón y anchoas". ¡Toma ensaladilla rusa! Con el recuerdo a Bugs Bunny, cuyo creador, Tex Avery, siempre pintó al popular conejo con una zanahoria en la mano, que aproveche.
P.D. No os asustéis si os convocan a un carrotmobs (movimiento zanahoria), se trata de acudir en masa a un local a consumir para premiar su compromiso ecológico o con el comercio justo. Time ha calificado este fenómeno como "más cool que el boicot".

lunes, 23 de mayo de 2011

Curiosidades salmantinas

Finalicé el libro "Mesas y cocinas en la España del siglo XVIII" de María de los Ángeles Pérez Samper inspirado en relatos de viajeros por España y algunos recetarios de la época, especialmente, pero no solo. Las partes más curiosas me han parecido las relacionadas con la cocina religiosa, las cocinas y mesas cotidianas y sobre todo el capítulo sobre el placer de comer, el placer de vivir, con un apartado dedicado al café y los cafés extraordinariamente sugerente.
Hay en el libro algunas referencias salmantinas que, como es obligado en este blog, paso a señalar para general conocimiento y ensanche de nuestra gastroteca común. Por ejemplo, cuando alude a la patata, sin duda una de las referencias más interesantes del libro, la autora cita que se cultivaba en la zona de Linares de Riofrío, lo cual es un detalle notable, teniendo en cuenta, dice, que sobre el tubérculo no hay demasiada documentación, y cita unas "entusiastas comunicaciones que el párroco del pueblo enviaba al Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos" entre las que reseña la siguiente: "el día que le comí por primera vez les confieso a ustedes señores editores que fue el día más alegre para mí de cuantos he tenido en mi vida, porque me pareció que veía desaparecer de sobre la tierra el hambre y la miseria, y con el auxilio de esta excelente raíz ningún pueblo se debería quejar en adelante de falta de subsistencia pues las patatas se crían en todas partes, su cultivo es facilísimo, pocos los riesgos de sus cosechas y nunca se pierden del todo".
Lo que me recuerda que hace algunos años purgué el registro de Pascual Madoz relativo a Salamanca, fechado en 1848, y encontré la patata entre los cultivos más extendidos en la provincia de Salamanca. En otro momento detallaré esa purga.
De regreso al libro que nos ocupa, en otro lugar, cuando habla de los viajeros y sus posadas se hace eco del mayor Whiteford Dalrymple, que anduvo por España en 1774 y en algún momento por el camino entre Ávila y Salamanca y así llegaron a Peñaranda donde encontraron "una posada bastante pasable, pero nada de comer, únicamente huevos". El Huerta, al parecer, hubo una pequeña variación a la rutina de los huevos, dice la autora, "Comimos truchas muy frescas".
Última adquisición para la Gastroteca: La escuela de ingredientes esenciales, de Erica Bauermeister, sobre una escuela de cocina y sus peculiares alumnos. Me pongo con ello. Que aproveche.

jueves, 12 de mayo de 2011

Ensalada, que quiere decir salado

Según el Drae (Diccionario de la Real Academia de la Lengua), ensalada es "hortaliza o varias hortalizas mezcladas, cortadas en trozos y aderezadas con sal, aceite y vinagre y otras cosas". Un término que irrumpe en el castellano en 1495, asegura J. Corominas en su Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana, aunque la ensalada, como tal, tenga algunos siglos más. En Sal, de Mark Kurlansky, leo: "Los romanos salaban sus verduras, puesto que creían que al hacerlo contrarrestaban su amargor natural, lo cual es el origen de la palabra ensalada, que quiere decir salado. El libro de prosa más antiguo conservado hasta nuestros días data del siglo II antes de Cristo y es una guía práctica para la vida rural de Catón, llamada De agricultura, en la que una de las sugerencias para el consumo de la col es la siguiente: no hay nada más sano que comer la col picada, lavada, seca y rociada con sal y vinagre". En este formidable libro sobre el único mineral comestible se cuenta cómo la alternativa a la sal era el popular garum, pero esto forma parte de otra historia. En algún lugar he leído que Plinio el Viejo, allá por el año 50, dejó escrito que los vegetales se podían comer crudos, sazonados con sal y vinagre.
La ensalada está en el Libro del Arte de Cozina, de Domingo Hernández de Maceras, y también en el recetario de Francisco Martínez Montiño, de 1607 y 1763, respectivamente, pero en ninguno de las ensaladas que encuentro incluyen la sal. Todo un misterio, sin duda, que no sé si achacarlo a que era obvio que la ensalada llevase sal o a todo lo contrario. Ejemplo: la Ensalada Cotidiana de Hernández de Maceras reza así, "toma alcaparras y desalalas muy bien y cuécelas bien cocidas y echa aceite y vinagre y azúcar". ¿Acaso desalar es ensalar? ¿Qué pinta entonces el azúcar?.
De los recetarios a la literatura. Nuestros clásicos la incluyeron en algún momento en sus textos. Como Góngora: "que se precie un don Pelón/ que se comió un perdigón/ bien puede ser; / mas que la biznagra honrada/ no diga que fue ensalada/ no puede ser". La biznaga es un ramo o composición floral. Quevedo, en su romance Halla en la causa de su amor todos los males escribe: "Don Pepino; muy picado/ de amor de Doña Ensalada/ gran compadre de doctores/ pensando en unas tercianas..." Cervantes, en Don Quijote, en el episodio de aquella venta en la que una asturiana se arrima al ingenioso hidalgo ve en el aliento de aquella "olor suave y aromático" lo que en realidad era olor a "ensalada fiambre". Calderón de la Barca, en su mojiganga "Los guisados" nos cita a Doña Ensalada de la Huerta, que acompaña a Carnero Asado ante la presencia de Baco. Carnero Asado la llama "norte de mis cuidados". Baltasar del Alcázar, como no podía ser de otro modo, nos recuerda en su Cena, que "la ensaladilla es del cielo" y que "la ensalada y el salpicón/ hizo fin ¿qué viene ahora?"
El caso es que la ensalada, como un Guadiana, aparece y desaparece de las preferencias de las cocinas y las mesas. No a todo el mundo le parecía bien eso de comer vegetales. Alejandro Dumas, padre, en su Gran Diccionario de Cocina, afirma: "La mejor ensalada,aliñada con el aliño más superior, hay que tirarla porque el hombre no ha sido criado para comer hierbas como los animales que andan a cuatro patas". Una aseveración que recoge Ángel Muro en su Practicón, en el que dedica páginas y consideraciones a la ensalada y las ensaladas, señalando, por ejemplo, que "el hombre no está hecho para comer hierba, sino para mirar al cielo". Recoge, también un consejo sobre la confección de la ensalada, para la cual se requiere de un "pródigo para el aceite, un prudente para la sal, un tacaño para el vinagre y un tonto para revolverla". Tiempo atrás, un viajero por España bien conocido, Richard Ford (1796-1858), escribe en su Comidas, vinos y albergues de España casi lo mismo: "Una cosa es verdaderamente deliciosa en España, la ensalada, para la que se necesitan cuatro personas, un derrochador para el aceite, un tacaño para el vinagre, un asesor para la sal y un loco para revolverlo todo". Muro no sólo cita a Dumas padre, también al hijo, por su ensalada Francillón, que aparece en el reciente libro de Umberto Eco, El Cementerio de Praga, "creada tras los triunfos de la piéce de Alejandro Dumas --el hijo, Dios mío, lo que esto envejeciendo--"...y describe seguidamente cómo se hace. No toca hoy escribir de las ensaladas, sino de la ensalada, así que otro día entro en detalles, que no es lo mismo una ensaladilla rusa, que una César, que una mixta con su tomate, en la que será preciso citar a Lope de Vega y La muerte del apetito: "alguna cosa fiambre/ quisiera, y una ensalada/ de tomates y pepinos". O la maravillosa Tabboule árabe que se describe como "ensalada de trigo" cuyo nombre da lugar a juegos muy sugerentes y eróticos de palabras, como N. Salam, que cantaba a su amado: "Déjate caer por aquí,/ te preparo tabboule/ y un taza de café/ así tocaremos el cielo". O la ensalada de cebolla contra la melancolía, que receta en su Ni gordas, ni flacas, apetitosas, Nora Lobo.
La variedad de ensaladas, bautizadas o no, es enorme, pero en su Diccionario del amante de la cocina, Alain Ducasse, advierte: "la ensalada, como la sopa, es indefinible, pues puede hacer innumerables fórmulas...(pero) la ensalada pide maestría, es un ejercicio de estilo, una prueba de artista en la que no puede tolerarse ningún exceso, del tipo pimiento de colores para embellecer".
La literatura de la ensalada está también en la red. Aquí van algunas referencias. Oscar Joss, "el sexo con amor sabe a ensalada". Dégoni Hunter en La ensalada de la vida suguiere que "de tomates, cebollas y morrón está hecho este mundo, como sopa de lentejas, como nabos sin cocción". Vicent dedica una Oda a la ensalada de lechuga: "...es una delicia/ hoja por hoja/ se va desnudando/ se lava en detergente/ con agua se enjuaga/ se la centrifuga rápidamente...
En fin, la búsqueda continúa. Si tienes algo que añadir, ya sabes qué hacer. Hasta entonces, que aproveche.


miércoles, 11 de mayo de 2011

Si te gustan las setas...

Estoy ultimando una sabrosa entrega sobre la ensalada, que no sobre las ensaladas, que, como ocurre siempre, se quedará corta, y ahí es donde siempre reclamo vuestra colaboración y os la agradezco. Se trata de hacer más amplia la gastroteca. Mientras, leo algunas novedades que van apareciendo como setas. Y una que tengo entre manos --que ya recomendé--es La vida según Arnold", de Giles Milton, que entusiasmará a los aficionados a las setas. Aquí va un párrafo que me parece encantará a estos de forma especial: "Las setas --dijo-- son el último eslabón que nos vincula con el vacío de la prehistoria. Llevan cuatrocientos cincuenta millones de años en el planeta. Cuando cogemos una seta, tenemos en nuestras manos una planta que los dinosaurios estarían en condiciones de reconocer. Toca una seta, huélela, pruébala; te transporta a los mismísimos albores del mundo. Sostienes en tus propias manos una de las formas de vida más primitivas"...
Nunca las había visto así, lo confieso, y he quedado muy impresionado. Que aproveche.

lunes, 9 de mayo de 2011

Plaza Mayor, aniversario

Tal día como hoy de 1720 se colocaba la primera piedra de la Plaza Mayor. A partir de ese día, cada diez de mayo, se agasajaba a los trabajadores que la construían con vino, pan, queso y aceitunas. ¿No es curioso? Igual hoy estaría bien acudir a cualquiera de sus establecimientos hosteleros y reclamar lo mismo, un vino, unas aceitunas, una tapa de queso y pan. Si es así, que aproveche.

sábado, 7 de mayo de 2011

Feria Municipal del Libro: primeros hallazgos

De momento no he visto gran cosa relacionada con la gastronomía en la Feria Municipal del Libro, aunque no pierdo la esperanza. Hay recetarios, claro, y algún capítulo que promete en obras que tratan de otros asuntos --Juan Carlos Martín Cea, "Convivencia en la Edad Media"--, pero he añadido a mi Gastroteca tres títulos. Dos que tenía y uno nuevo. Éste es "Libro de la Cocina de la República", de Isabelo Herreros, autor, a su vez, de "El cocinero de Azaña". Todo un especialista en la II República. Por cierto, el libro "El cocinero de Azaña", recomendadísimo. El nuevo, creo que también. Se trata de un recetario --¡que nadie se asuste!--extraído de una serie de publicaciones del periodo de la Segunda República con un interesante estudio introductorio. Visto así es otra cosa y por eso lo he mercado.
Hay varias ediciones de "La cocina del Quijote" de Cesáreo Fernández Duro. El título, por cierto, es de los más repetidos. Hablo de todo un clásico. La edición de Rey Lear que he encontrado tiene dos particularidades que me han llamado la atención, la principal es la de las ilustraciones (todas tienen que ver con la comida y la obra de Cervantes) y dos, una adaptación de las recetas clásicas realizada por el cocinero Miguel Ángel Castanier.
Y la tercera adquisición es otro clásico, "La Casa de Lúculo", título al que no puedo resistirme, de Julio Camba. El atractivo de esta edición descubierta, de "Reino de Cordella", radica en el prefacio de Eduardo Serra, toda una autoridad, y en los divertidos dibujos de Miguel Ángel Martín.
¿He visto más?. Sí, por ejemplo, el clásico "Breviario del cocido", de José Esteban. Es una nueva edición. O el recetario de "Pysbe", buenas ilustraciones, "25 recetas de bacalao".
Continúo buscando. Si encuentro algo nuevo, ya os contaré. Que aproveche.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Del café y los cafés

Libro de cabecera para un amante del café y las bebidas en general es "La historia del mundo en seis tragos", de Tom Standage, y si uno desea una visión poética del café, le recomiendo el número 241 de la revista Litoral, "Poesía a la carta". Hay más textos, sin duda, pero para empezar son suficientes. El primer café español se abrió en Madrid en la calle Atocha, en 1764: la Fonda de San Sebastián, al que siguió el legendario Fontana de Oro, inmortalizado por Galdós y otros escritores de su tiempo. En Salamanca, un italiano, Cechini, abrió en la Plaza Mayor el primer café salmantino cuando aún humeaba el campo de batalla de Los Arapiles (1812) al que siguió en el Corrillo el de Valentín Richoni, en 1850. En la actualidad, Salamanca, cuenta con uno de los ya escasos cafés centenarios de España: el Novelty, abierto en 1905.
El café, dice María de los Ángeles Samper, en su "Mesas y cocinas en la España del siglo XVIII" se populariza en el siglo XVIII como bebida de sobremesa en los grandes banquetes; pero el café ya es desde hace tiempo europeo; en 1764, en Londres, se anunciaba como "serio y saludable licor/ que sana el estómago, acelera el genio,/alivia la memoria, revive al triste/ y anima el espíritu, sin volverle loco". Y si hay café hay cafés, y Thomas Jordan, en 1667, asegura en "De nuevas al café" que "No se hace nada en el mundo, desde el monarca al ratón, que no vaya a parar día o noche al café". En España, los cafés, no gozan de mucha popularidad, y así podemos leer en una publicación del siglo XVIII llamada "Cajón de sastre" lo siguiente: "el café es un precipicio/ es escuela de artificio/ donde deslizamos todos./ Ahí se sisa de mil modos/ al agua más valor dan/ con mudarla del color/ que un boticario a una flor...". Y por esa época, en 1761, en otra publicación llamada "El duende especulativo" se recomienda al propietario de un café "tener a la vista y sobre una mesa las gacetas, el Mercurio y los Papeles impresos, que son del día, como Poesías sueltas, el diario, el Duende, el Cajón de Sastre o las noticias manuscritas sobre toros, cuchilladas de comedia y funciones públicas, entierros..."
El café de España era entonces delicioso. Lo dice el Marqués de Langle en su Viaje de Fígaro a España, donde escribe uno de los mejores elogios del café: "el vino emborracha, la cerveza embrutece, la sidra duerme, el aguardiente quema, pero el café alegra, anima, exalta, electriza; el café puebla la cabeza de ideas, de imágenes; el hombre que no ha tomado café en abundancia no le falta más que una mujer, una pluma y tinta". Juan de la Mata, cocinero, también apuntó como cualidades del café el favorecer la digestión e "impedir dormir con exceso". El café es la bebida del racionalismo, como gran estimulante, preferida entre los científicos, intelectuales, comerciantes, escritores y periodistas, a los que ayuda a regular la jornada laboral, dice Standage, en "La Historia del mundo en seis tragos". Jules Michelet, a principios del siglos XIX la describió como "bebida sobria, poderoso alimento del cerebro, que agudiza la pureza y la lucidez; el café, que despeja las nubes de la imaginación y su peso tenebrosos, que ilumina la realidad de las cosas, de repente, con el destello de la verdad". También lo dijo el poeta Sheik abd al Kadir: "nadie puede llegar a entender la verdad hasta haber probado la cremosa bondad del café".
Pero un café para ser tal debe estar " caliente como el infierno, ser negro como el diablo, puro como un ángel y dulce como el amor", según Telleyrand. No hay café más esperado y deseado que el del desayuno: con migas, lo sirve Delibes en los "Santos Inocentes", y con noticias Manuel Vicent cuando escribe: "mi lucha por la existencia consiste en que a la hora del desayuno sea mucho más importante el aroma del café que las catástrofes que leo en el periódico abierto junto a las tostadas". Curioso lo que Camilo José Cela dejó escrito sobre el desayuno: "la gente como Dios manda, entre nosotros, suele desayunar café con leche y bollito; antes de la guerra esto se consideraba una mariconada, pero ahora las cosas han cambiado mucho. Los españoles de café con leche, el bollito y el periódico son duros como rayos...tienen, además, y por fortuna, un valor sólido, acreditado y a prueba de bomba". Es preciso recordar que Cela nos dejó aquella maravillosa crónica de café que fue "La Colmena". Claro que para desayuno especial el que propone Luis Alberto de Cuenca en un poema que tituló así, "El desayuno", y donde dice: ...Pero aún me gustas más, tanto que casi/ no puedo resistir lo que me gustas,/ cuando, llena de vida, te despiertas/ y lo primero que haces es decirme:/ tengo un hambre feroz esta mañana,/ voy a empezar contigo el desayuno". Que aproveche.