sábado, 20 de junio de 2015

Ajos, por San Juan

Ascienden estos días sanjuaneros por la Ruta de la Plata los ajeros a la feria zamorana de San Pedro y San Pablo, pero no se quedarán ahí, aún irán más lejos, casi hasta Finisterre, que es donde los enemigos de los ajos quieren ver a estos. 
Hay entusiastas del ajo y detractores. Odiado en la Edad Media y el Renacimiento, sube enteros en la actualidad. Atrás quedan las palabras de Don Quijote a Sancho: “No comas ni ajos ni cebollas porque no saquen por el olor tu villanería”, y en sentido contrario las de Pablo Neruda en su “Oda a las papas”: “El ajo las añade/ su terrenal fragancia” y sobre estas las de Josep Pla a modo de ojo al ajo: “todos los alimentos cocinados con ajo, por poco que se te vaya la mano, sabrán a ajo…y entonces las tardes son interminables y horribles”. Pero el ajo es nuestro, de la cocina española y de todo el Mediterráneo: Julio Camba, en “La Casa de Lúculo” dejó dicho que “Todo el Mediterráneo trasciende a ajo” y en palabras de Pla “Todo el Mediterráneo huele a ajo”. Egipcios, griegos, romanos, franceses, españoles… “La cocina española está llena de ajo y de preocupaciones religiosas”, dijo Camba, y en este sentido conviene recordar que la Condesa de Pardo Bazán recomendaba en sus recetarios a sus lectoras que el ajo y la cebolla fuesen manipulados por las cocineras. Esos recetarios llenos de ajos para los imprescindibles sofritos de arroces y estofados, por ejemplo.
Untado en pan, rehogado con migas frito o cocido en las sopas, en gazpacho o ajoblanco, en salsa al ajillo, mojillo o ajilimoje, en ajiaceite o alioli…el ajo forma parte de nuestra cultura culinaria, también de nuestras supersticiones y farmacia popular, siempre con las debidas precauciones no nos ocurra como a Don Quijote, que se “encalabrinó y atosigó” al percibir el olor a ajos crudos en su Dulcinea del Toboso.
Huele a ajo la Ruta de la Plata, por la que los arrieros subían y bajaban, y donde crearon el popular ajoarriero, que hubiese hecho las delicias de Luis XV, tan aficionado al cordero en su jugo y al ajo, y a Enrique IV, bautizado con vino y ajo. Por el contrario, hubiera espantado al rey Alfonso, que en 1330 prohibió acudir a Cortes a quien lo hubiera comido. Era señal de villanería, como diría Don Quijote, quizá inspirado en los clásicos: Atenea prohibió que quien comiese ajo entrara en los templos dedicados a Cibeles, pues resultaba ofensivo para la diosa de las diosas. En un Mediterráneo que olía a ajo, que consumía ajo, que guisaba con ajo su vida no debió ser fácil.
Un colaborador del famoso libro de Dionisio Pérez, Post Thebussen, “Ristra de ajos”, escribió en 1883: “sin ajo no puede haber nada bueno y grato a un paladar español, por ser el agente universal de todo adobo y de todo nutritivo alimento”.

Muchos no estarían de acuerdo con este apasionado relato del ajo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario