domingo, 9 de febrero de 2014

Trufas y amores

Con San Valentín a la vuelta de unos días y tentadoras propuestas de ferias, rutas y cocina relacionadas con las trufas he guisado esto con el deseo de que aproveche y si es útil, mejor. 
Ya lo decía Galeno: las trufas producen una excitación general que despierta la voluptuosidad.
Las trufas siempre han ido vinculadas al estímulo sexual y ahora que nos acercamos al día de los enamorados quizás sea bueno recordar a Filoxeno de Leucade y aquellos versos que decían: bebamos por la trufa negra/ y no seamos ingratos/ Pues avala la victoria/ en seductores asaltos/ en ayuda del amor.
El propio Casanova tenía a las ostras y las trufas como gran recurso. Una ensalada de apio con trufas, le preparaba para la batalla carnal.
El diamante negro de la cocina, como denominada a la trufa Brillant Savarin, quizás tenga ese carácter excitante por su condición misteriosa: en la Edad Media se la consideraba una deposición del diablo y se decía que despertaba las pasiones carnales. La trufa estuvo maldita por los padres de la Iglesia, como San Agustín.
Isabel Allende, en su “Afrodita”, las tiene por afrodisiacas o románticas.
En cualquier caso, si alguien te invita a comer e incorpora trufas en la comida es posible que esté enviándote un mensaje codificado, en cuyo caso es bueno recordar aquello que Oscar Wilde escribió en un papel donde antes había escrito una receta con trufa: la única forma de superar una tentación es sucumbir a ella.
Los egipcios, los griegos y los romanos ya tenían la trufa en su despensa.
Juvenal, romano, era un entusiasta de las trufas libias hasta proclamar: “¡guárdate tu trigo, Libia! ¡Guárdate tus rebaños! ¡Envíame solo tus trufas!
Los árabes las tenían en gran estima: Mahoma, el profeta, dijo de ellas que eran el maná que Alá envió a Moisés y que su jugo era una buena medicina para los ojos.
En España, Enrique de Villena o Ruperto de Nola, la introducen en sus obras de cocina y a partir de aquí formará parte de nuestra gastronomía, y hay quien, locamente perdido por su sabor, misterio y encanto proclamaría aquello de “yo, por una trufa, mato”. Y no sería original: Martin Walker escribió una novela titulada “Black Diamond” en la que un inspector, Bruno Courreger, debe de
scubrir a un asesino que se mueve en el mercado negro de la trufa en Saint Denis”.
Pero volvamos al amor y al erotismo. Tomás Segovia, poeta valenciano de 1927 escribió en su poema “Llamada” aquello de labios comestibles, labios de trufa celeste”.
También Ana Merino se refirió a esos labios de trufa en Cucharadas:
Unos labios de trufa
y natillas calientes
con un poco de helado
y un bizcocho borracho…
Un hechizo perverso
para las bocas,
para los paladares insomnes
que después de amar
todavía tienen hambre.
Gastronomía y amor van de la mano, en ambas se emplea la boca, en un caso para comer metafóricamente y en otro de forma más real. En cualquier casos, algo de trufa…ayuda. Que aproveche.

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