Nuestros ríos y arroyos han visto pasar, ir y venir,
cangrejos de rio americanos e italianos, que se mezclaban o expulsaban a los
nuestros, aquellos cuyos caparazones se hicieron fósiles que alertaron a
nuestros arqueólogos de que los cangrejos de río estaban en la dieta de
nuestros antepasados hace muchos, muchos años.
Pero los cangrejos fueron algo más que alimento.
Gayo Plinio Secundo en su “Historia Natura” afirma
que el cangrejo es un excelente contraveneno contra la araña “falangio”, pero
también contra la picada del escorpión, para lo cual era preciso machacar los
cangrejos y mezclarlos con leche de burra, de cabra o de cualquier otra
especie. Esos mismos cangrejos machacados y mezclados con albahaca mataban a
los escorpiones.
Plinio fue más lejos al señalarlos como un excelente
remedio contra las úlceras bucales.
Y en su “Geopónica”, Casiano Baso, aseguraba que la
pinza del cangrejo era un excelente amuleto contra el ataque del jabalí.
Paladio, Africano y Demócrito recomendaron el agua
que había contenido cangrejos durante varios días como sanadora de tierras y
cultivos.
Ninguno puso su mirada en el carácter culinario de
nuestros cangrejos, cosa que sí hizo mucho tiempo después nada menos que
Cervantes en su “Rinconete y Cortadillo”, dando por hecho de que los cangrejos
estaban en la alimentación del Siglo de Oro, como todo aquello que tuviera
aspecto de comestible. Al fin y al cabo, la mejor salsa del mundo es el hambre.
El cangrejo estuvo en la dieta medieval y
renancentista, y quizás de esos tiempos viene su empleo en la heráldica, en
algunos casos para señalar la presencia de un río en un territorio.
También el cangrejo está en los sueños, y simboliza
la inestabilidad.
El cangrejo, como símbolo, evoca al verano, el
tiempo de cáncer, cangrejo.
Hay un año chino del cangrejo, y un libro de Rubén
Ríos Ávila que se titula “El año del cangrejo”.
Pensar en la inmortalidad del cangrejo es tener el
pensamiento en algo intrascendente o evadir la mente.
Se puede ir hacia atrás, como los cangrejos, detalle
que ya aparece en el “Hamlet” de Shakespeare, lo que evoca aquella definición
del gastrónomo Ángel Muro que decía que el cangrejo es un pez encarnado que anda hacia atrás, que ni es pez, ni encarnado
ni anda hacia atrás. Decía, también, que se conocen seis especies: dos europeas, tres americanas y una africana.
Considerados de gran utilidad en la cocina, “están muy indicados en la
alimentación de los enfermos” y son un “apetitoso manjar, apreciadísimo muy
particularmente por las señoras”, indica en su legendario “Practicón”.
El cangrejo, de río y de cocina, también ha
encontrado su hueco en la poesía. Por ejemplo, en la de Rubén Darío: “el peludo
cangrejo tiene espinas de rosa/ y los moluscos reminiscencias de mujer”. O en
Lorca, cuando en su “Poeta en Nueva York” escribe: “Desván donde el polvo viejo
congrega estufa y musgo/ cajas que guardan silencio de cangrejos devorados”.
Devorar cangrejos. La prueba de que están bien
guisados es que uno no puede parar de chupar, sorber, masticar la cola, mojar
el pan en la salsa… El cangrejo de río bien hecho produce gula y nos hace
olvidar que el cangrejo enviado por Hera ayudó a Heracles a terminar con la
Hidra, con final desastroso, pero gran presencia en las representaciones
mitológicas, incluido el mundo de las constelaciones.
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