miércoles, 1 de mayo de 2013

Del torrezno y sus letras


Si algo encumbró a nuestro torrezno eso fue la literatura del Siglo de Oro, aquella época que hizo de los torreznos y aguardiente desayuno común. Pero también inmortalizó los famosos 
duelos y quebrantos, sobre los que corren ríos de tinta. Dejémoslo en que eran huevos revueltos, chorizo y tocino, tal y como los disfrutó en La Mancha Mariana de Austria, esposa de Felipe V, o el mismo Cervantes, que inmortalizó en su Quijote esos “duelos con quebrantos”, al igual que los torreznos a palo seco, cuando nos describe a “Sanchica cortando un torrezno para empedrarlo con huevos” .
No sabemos cuánto entró el torrezno en nuestra lengua, pero sí qué era en 1611 cuando Sebastián de Covarrubias describe al torrezno como el pedazo de la lunada o pernil que asamos y que decimos “a torrendo” porque se tuesta y se assa en el fuego a diferencia de lo demás del tocino, que se guisa o cuece en la olla. Maravillosa descripción si la comparamos con la escueta de nuestros días: “trozos de tocino fritos o a la brasa”. Con el añadido etimológico de que proviene de “torrar o tostar al fuego hasta que toma color”.
Volvamos a nuestra literatura dorada, que encumbró al torrezno desde el Lazarillo a Lope: “Sangraba el avariento fardel, sacando no por tasa pan, mas buenos pedazos de torreznos y longaniza”, se dice en el Lazarillo. Quevedo, siempre con su inquina hacia los judíos reclamaba: “Denme a las mañanas un gentil torrezno que friendo llame a los cristianos viejos”, mientras su enemigo, Góngora, también echó mano del torrezno a pesar de las habladurías que le tachaban de judío, cuando escribe sobre la marcha de su señor el conde a Nápoles: “en vuestra ausencia, en el puchero mío/ será un torrezno la Alba entre las coles”. Lope, nuestro glotón de las letras, hizo gloria del torrezno entre ellas en “Las bizarrías de Belisa”: “almorzábamos unos torreznos, con sus duelos y quebrantos”. Su colega, Tirso, Tirso de Molina, en “La elección por la virtud”, proclama “buena cholla tiene el viejo, cuando escapa del torrezno o de la olla”. Y Calderón, otro de nuestros genios, en “La niña de Gómez Arias”, pone en boca de uno de los personajes la siguiente queja: “como no me dan gota de vino, ni he visto torrezno en cuanto tiempo ha, señor, que te sirvo, y no puede haber holgura donde no hay vino y tocino.
Más allá de nuestros clásicos, Valentín de Céspedes, en “Trece por docena” apunta “yo me consideraba en el palenque con el torrezno y con la sopa”.
Cela, Camilo José Cela, tan amigo de los excesos, también inmortalizó al torrezno entre sus letras cuando en “Los papeles de Son Armandans”  escribe “Al abad y al judío, dales el huevo y pedirán el torrezno y el tozuelo”.  El exquisito Alonso Zamora Vicente, en su “A traque barraque” recordaba las chicas de su tiempo llenitas, llenitas, porque se comía como Dios manda: torreznos, huevos fritos, manteca, cocido… Ay, los huevos fritos con tocino, a los que Azorín, con permiso de los cervantistas, también llevó a su prosa los duelos con quebrantos pero para criticar a Cervantes: ¿Acaso en alguna casa manchega o levantina se podrá comer a mediodía, a las doce en punto, por toda comida, fritura de huevos con tocino?
Dejémoslo aquí por ahora, para que no se nos altere más el colesterol.

No hay comentarios:

Publicar un comentario