Ya está aquí la primera ola de calor, o como alguien ha dicho: el verano. Las alertas se disparan, en cualquier caso, y se dan mil y un consejos que pueden resumirse en uno: sombra y gazpacho.
A ello vamos.
Entrar en el lugar donde nació el gazpacho puede dar
motivo a una revuelta regionalista que no viene al caso. Digamos que hay
gazpachos andaluces, manchegos y extremeños, pero algún canario reivindica que
el gazpacho nació allá, en su tierra. Apuntado esto y sin entrar en más detalles, el gazpacho
es una sopa fría que se ha ido enriqueciendo a medida que iba creciendo nuestra
despensa. Antes del tomate era ajos majados con hierbas y vinagre, con el que
Testilis refrescaba a los segadores romanos allá por el 19 antes de Cristo,
según Publio Virgilio Marón. En
España, los íberos mezclaban agua, aceite, vinagre, ajo y pan y en vez de
gazpacho lo llamaban Kaspa. Algo
parecido fue lo que los legionarios dieron a Cristo en la cruz: un vinagrillo
que llamaban Posca y que empleaban
como reconfortante. Así fue tirando el gazpacho, o gaspachos, que decían los pastores del siglo XII para llamar
también a sus galianos.
Pero en esto… llegó el tomate y todo cambió.
Continuó siendo comida de segadores y
gente grosera, como dice Sebastián
de Covarrubias, en su “Tesoro de la Lengua Castellana”, pero iba teniendo
otro sabor. Como el tomate tardó en entrar en la despensa, en 1730 el “Diccionario
de Autoridades” tira por la calle de en medio y lo describe como sopa o menestra con pan, aceite,
vinagre y ajos, y otros ingredientes al gusto de cada uno.
¡Bienvenidos al gazpacho moderno!
El que describió en verso Miguel Salcedo Hierro: Se
machacarán de un ajo cuatro dientes/, con sal, miga de pan, huevo y tomate.
O el de un poeta que firma j.a.a.v que dice así: Un
gazpacho me piden como entrante/ y hecho en el tiempo de un soneto./ Uff. Ya
estoy en el primer cuarteto/ pan, aceite, sal y agua por delante…
Como todo en esta vida, el gazpacho tiene
partidarios y contrarios.
En el Quijote leemos: Más quiero hartarme de gazpacho que estar sujeto a la miseria de un
médico, y en una canción de Sabina
escuchamos: Mi primera mujer era un
arpía/ pero, muchacho,/ el punto del gazpacho, joder si lo tenía,/ Se llamaba,
digamos que Sofía.
Hay gazpachos de película, como el de “Mujeres al
borde de un ataque de nervios”, y de libro, como el de Gervasio Posadas “El secreto
del gazpacho”; pero el que quiera empaparse de gazpacho literario debe acudir
al “Breviario del gazpacho y los gazpachos”, de José Briz.
El tiempo nos ha traído a este momento de gazpachos
de fresa, cereza y otras frutas, espumas, crujientes y otros preparados de la
alquimia gastronómica moderna que dejarían de piedra al creador de esa copla
que proclama Quítate de esa ventana/ cara
de burra en ayunas/ y ponme un dorniyito de gazpacho/ y esportilla de aceitunas.
En fin, el gazpacho da para mucho, así que le damos
la razón a Azorín cuando reclamaba
que la historia del gazpacho estuviese en los diccionarios, donde se nos dice,
a secas, que es una sopa fría con aceite de oliva, vinagre y hortalizas crudas.
Y a partir de aquí, imaginación. Y a discreción, que el calor aprieta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario