En el Fichero General de la
Academia de la Lengua y su Diccionario de la Lengua abunda la calderilla y
escasea el calderillo, a pesar de que
disfrutase de él todo un Nobel de Literatura como Camilo José Cela, quien
confiesa que tuvo que aflojarse un par de agujeros el cinturón del pantalón
tras haber merendado el famoso guiso bejarano, y quizás por ello se puso
místico y dejó escrito de él que hay que “tener fe en las saludables cualidades
del Calderillo, la esperanza de que no sea el último y la caridad que, según es
fama, bien entendida comienza por uno mismo.
Y es cierto que el Calderillo
se merienda, como así ocurría antes y lo recogen las crónicas, aunque le
tengamos por guiso de los trabajadores textiles, que lo trasladaban desde casa
al trabajo no en una calderilla, donde se lleva el agua bendita, sino en un
caldero pequeño o calderillo, que según nuestro Diccionario es un caldera
pequeña de suelo casi semiesférico y con asas sujetas a dos argollas en la boca.
Esto es un caldero y a menor tamaño, un calderillo. Así portaban el guiso de
casa al trabajo o lo cocinaban en él en al aire libre, como sucede el famoso y
concurrido Día del Calderillo. Así, podemos imaginar a la vez, por un lado a
los trabajadores acudiendo aún de noche y ateridos de frío a la fábrica
llevando el calderillo (guiso y recipiente), y por otro a las familias dándole con
gusto al plato en las tardes de primavera regado con vino de aloque, como
sugería Rufino Agero Teixidor, autor de varias publicaciones sobre expresiones
y palabras bejaranas: “hay que degustarle con regulares y pausados tragos de
vino aloque de la tierra y a ser posible al aire libre para que sea más típico,
en un lugar hermoso y fresco, cerca de un manantial frío –que abundan
generosamente en nuestros prados y montañas—para refrescar el vino.
Curiosamente, tanto Agero como Cela avanzan el vínculo del Calderillo con el
textil: “Son maestros consumados en su condimento, herederos de generación en generación,
los buenos tejedores, cordadores, percheros, bataneros, etc…(Agero) y “según
las nobles y vetustas artes de los tejedores” (Cela).
Hay poco calderillo,
decíamos, pero alguno hay. En el “Libro del Arte de Cocina” (1599) de Diego
Granado se indica “Y después hiérvase en un calderillo ancho con agua”. En una
ficha se cita a Rafael Bluteau, filólogo del XVII, que en uno de sus
diccionarios recoge aparentemente en un significado único “calderilla,
caldereta y calderillo”. También se encuentra a José María Iribarren y su
“Vocabulario Navarro” con un calderillo
de la Ribera que recuerda más a una menestra que a nuestro estofado tradicional.
El asunto se anima y arrima a lo que entendemos por Calderillo con las fichas
de Manuel Antonio Marcos Casquero, G. Hernández, Agero Teixidor y pare de
contar. No aparece Cela, ni Luis Felipe Lascue y su diccionario gastronómico,
ni Dionisio Pérez, Post Thebussen, que en su “Guía del Buen Comer Español”,
publicada a principios del siglo pasado describe al Calderillo como guiso
genuinamente bejarano, y a partir de aquí nuestras Marta Sánchez Marcos, Aveli
Serrano, Flora González… Aquí tienen las autoridades bejaranas y entidades como
el Centro de Estudios Bejaranos tarea: completar ese fichero académico y
conseguir que haya más Calderillo que calderilla en él y consecuentemente en
nuestro Diccionario de la Lengua. Al fin y al cabo, la fiesta del Calderillo, que se celebra el primer domingo de agosto, en el Castañar bejarano, nació al calor de una tertulia literaria, a principios de los años setenta,
para pasar años más tarde al de la Sociedad Gastronómica “El Calderillo”, a la
que tomó el relevo o cucharón el Ayuntamiento de Béjar, que ha de tener el
guiso como parte del patrimonio inmaterial de la Ciudad y velar por su
mantenimiento y promoción. No puede ser de otra forma: el Calderillo no puede
convertirse en calderilla. Algo a lo que también quedo comprometido como
Cocinero Mayor del Día del Calderillo de este 2015.
Un honor.
P.D. La receta básica del
Calderillo se la copiamos a Agero: “guisado de carne de vaca de baja calidad y
patatas no cortadas a cuchillo sino tronchadas, y sazonadas con cebolla,
pimiento y pimentón un poco picante” (“El habla de Béjar, 1979” ). A partir de aquí,
cada maestrillo tiene su librillo, y a buen entendedor….
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