Resulta muy divertido asomarse a las páginas del Libro del Buen Amor, de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, para encontrarse en ellas la tremenda batalla que mantienen Don Carnal y Doña Cuaresma. El primero alinea gallinas, perdices, conejos, capones, ánades, lavancos, ansadores... su rival, anguilas, truchas, atúnes... Siendo éstos los triunfadores, así que Doña Cuaresma manada encerrar a Don Carnal y colgar a Don Tocino y sus cecinas. No sólo aquí triunfa la Cuaresma, también lo hace en forma de hambruna en no pocas obras maestras de nuestro Siglo de Oro, donde un género, la novela picaresca, se nutre, precisamente, del hambre. Toda comida es bien venida, pero sobre todo la carne. Como dice Luis Jacinto García en su libro "Comer como Dios manda": "ciertamente no existe alimento alguno que inspire juicios tan apasionados como dispares, cuando no abiertamente enfrentados. Para unos la carne es el alimento por excelencia, el más nutritivo y sabroso, y por ello, el más buscado y deseado. Sin embargo, para otros es el paradigma de lo peor; su consumo, piensan, perjudica la salud y el espíritu.
La comida, con las máscaras y otros rituales son la esencia del carnaval. Quiero recordar que en Castilla y León es el tiempo de los cencerros y demonios de Villanueva de Valtrojo, en Zamora; de la representación del Domingo Gordo, en Mecerreyes, Burgos; de los guirríos, zafarrones, jurros, maronfollos y compañía, en León; de la barrosa en la soriana Abéjar, del carnaval del vino en Cebreros y de la galleta en Aguilar de Campoo, sobre los que hay abundante literatura en las bibliotecas de etnografía. En todas estas citas, de una u otra manera, está la carne y el vino. El papel del vino en el carnaval tiene también su historia y protagonismo. De Toro o de cualquier otra comarca. Que aproveche.
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