El juego erótico del intercambio de comida funciona. Está descrito en la novela de Elisabeth Mac Neill, "Nueve semanas y media", y se ve en la película del mismo título protagonizada por Mickey Rourke y Kim Basinger. Hay alguna escena similar que termina en revolcón en la dulce novela "La cucina", de Lily Prior.
No creo en los afrodisíacos. Comer ostras hasta el empacho no garantiza nada. Tiene que haber algo más. Lo sabía Casanova. Dicen del chocolate... Joanne Harris, en su "Chocolat", sugiere una fondue, aunque, atención, debe prepararse en un día despejado porque si está nublado el brillo del chocolate fundido se empaña... dice. La escena termina con él buscando los pechos de ella bajo el jersey. Debe funcionar también un guiso de codornices en pétalos de rosas, como aparece en "Como agua para chocolate", de Laura Esquivel, porque su protagonista sintió "un inmenso calor que le invadía las piernas. Un cosquillero en el centro de su cuerpo, que no la dejaba estar correctamente sentada en su silla. Empezó a sudar y a imaginar qué se sentiría a lomo de un caballo abrazada a un villista..." Ah, la imaginación. ¿Es causa o consecuencia? ¿Los afrodisíacos funcionan porque les echamos imaginación, o ésta se dispara por los afrodisíacos?
Me parece buena referencia el libro de Manuel Martínez Llopis "De cocina erótica" para asomarse a la historia de este género, en el que los españoles no hemos destacado especialmente, aunque en nuestros mesones no hayan faltado escenas subidas de tono, y quién sabe si entre las artes de Celestina no estaban, quizá, el preparado de filtros amorosos para servir en la mesa...En fin, que aproveche.
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