Hay roscas, roscones y rosquillas.
Y el roscón de Reyes, al que llaman “Rosca” en
América.
Aquí, en Salamanca, llamamos “rosca” al bollo maimón, que ya
aparece en los recetarios del siglo XVI, y hasta hay un baile, el baile de la
rosca, que gira en torno a él en las bodas tradicionales charras, más allá de
la rosca o ronda musical que se realiza en algunos pueblos como Piornal. También en algunos pueblos las madrinas las ofrecen y se subastan para recaudar y ayudar a la parroquia.
La despensa rosquillera de Castilla y León está bien
surtida: tenemos los roscones de san Lesmes, las rosquillas de San Antolín, las
de Ledesma, los roscos de yema, las rosquillas de palo o de baño, las
rosquillas de almendras, las rosquillas en aceite, las rosquillas de bocao…
muchas de ellas vinculadas a tradiciones, desde fiestas a romerías, y ahora es
tiempo de romerías, coincidiendo con la Pascua. Y la Pascua es tiempo de
hornazo, que se describen como rosca de masa con huevos.
La rosca es circular, y el círculo representa lo
eterno, lo que no tiene ni principio, ni fin. Y los huevos son también símbolo
de la resurrección.
Quizás ello explique su amplia presencia en este
tiempo pascual y su vínculo a las fiestas en general: ahí están las roscas de
San Antón en Manganeses de la Lampreana, acompañadas de rimas que se llaman
refranes:
¿De dónde viene hacer la rosca?
Pues de los pavos: no me hagas la rosca, como los pavos, que es el dicho completo, y se refiere al despliegue y repliegue de sus plumas.
Pues de los pavos: no me hagas la rosca, como los pavos, que es el dicho completo, y se refiere al despliegue y repliegue de sus plumas.
Con rosca hizo la rosca Lope a cierta dama al
escribir:
“ las musas hacen con la envidia espantos,
Que no hay picos de rosca en todos los santos,
Como tus dedos blancos y bruñidos”.
Y si ese “hacer la rosca” es un dicho recurrente, no
lo es menos el de esto se vende “como rosquillas”.
Hay roscas tontas y listas, vinculadas a San Isidro;
las tontas son simples, sin adorno, las listas van bañadas en azúcar.
Hay roscas de alfajor, que hacía de maravilla La
Lozana Andaluza.
Hay roscas con mucha literatura, como las de Utrera,
bendecidas por Cervantes y Góngora, nada menos.
Rosquillas de anís, en versos de Jorge Arbenz:
Tomillo, romero, curas,
bicicletas/
los días indolentes
hierbabuena/
las rosquillas de anís
en la alacena…
Hay rosquillas infantiles, en canciones de niños
como el famoso “cucú”
Cu-cú, yo quiero
rosquillas
Cu-cú, comida de
pillas.
Cu-cú, yo quiero
galletas
Cu-cú, valen dos
pesetas.
.
Y luego está la rosca que yo conozco, al modo del
poeta Germán Fleitas:
“la
rosca que yo conozco
Es la
rosca de pan de horno
La que
se hace y se cocina
Cuando
está caliente el horno”.
Pero hay roscas y rosquillas fritas y horneadas,
hasta crear todo un mundo, como el que late en el libro de Eva Campos “Alicia
en el país de las rosquillas”.
A las fritas, en Olmedo, las llaman “cagadillas
de gato”.
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