El huevo es
mucho huevo.
Lo decía Roger Wolfe: “hay más misterio en un
huevo—por ejemplo—friéndose en aceite, que en todas las leyendas y todos los
cuentos de hadas del universo”.
Algunos
tenemos esa sensación al ver a la vieja friendo huevos, de Velázquez, o los derretidos y surrealistas huevos fritos de Dalí, mientras recordamos aquello de Picasso:
Huevos fritos con sus pimientos/ sus
tomates y sus cebollas y / papas y encajes de caldero/ cubierto de amapolas.
Quizá el
misterio del huevo provenga del hecho de representar para los cristianos la
resurrección o para los hindúes el mismo universo: la cáscara es la tierra, la
membrana el aire, la clara el agua y la yema el fuego: los cuatro elementos.
Patricia Suárez escribió un poema titulado “hervir
un huevo” y tras explicar el proceso proclama:
Si te dicen que no sabes hervir un huevo,
no cocines, no te alarmes, no armes un escándalo;
has salvado una casi
alma del naufragio
La importancia del huevo la vio también el gran
gastrónomo Graymond de la Reyniere al
proclamar que “el huevo es a la cocina lo que los artículos al discurso”.
El huevo es
perfecto en su forma y quizá por ello el escultor Constantini Brancosi pasó sus últimos días acariciando uno de
mármol.
Con la forma
del huevo se ha representado siempre al personaje infantil inglés Humpty
Dumpty, convertido en Zanco Panco en “Alicia tras el espejo”, de Lewis Carrol, que inspiró, entre otras
cosas, un tema musical de Chick Corea
y un capítulo de House.
Fritos,
cocidos, pasados por agua, rebozados, picados, estrellados, revueltos… el huevo
está detrás de la mahonesa y la bechamel, da sentido a las monas de Pascua, es
la esencia de las tortillas y de la repostería de escuela. Y están desde el
principio en nuestros recetarios y nuestra literatura: Lope de Vega, en una de sus cartas, escribe que leyó unos versos
con unos anteojos de Cervantes que
parecían huevos estrellados, pero también dejó escrito a su dulce Estela: “ni
los peces de plata en los garitos./ Como tú me pareces, dulce Estela/ con esos
ojos como huevos fritos/ y bien guisados hongos en cazuela”
Nuestro refranero
se hace eco del huevo en mil y una sentencias. Mi favorita. Ésta: el huevo, de
hoy. El pan, de un día y el vino, de un año. A todos hacen provecho, y a ninguno
daño.
El huevo es
mucho huevo. En el libro “Filosofía en la cocina”, su autora, Francesca Rigotti recuerda que gracias
a la magia de su simetría y a su forma quintaesencial, el huevo se ha utilizado
desde la época del neolítico como símbolo de la transformación del caos en
cosmo.
En fin,
luego llegó el otro y dijo aquello de manda huevos.
No dejen de
leer en “Sopa de Kafka”, de Mark Crick,
la receta de los huevos al estragón relatada al modo de Paul Auster, y en su defecto releer el cuento de la gallina de los
huevos de oro, ni recordar a Dumas,
cuando en 1848 pidió huevos pasados por agua y le preguntaron si un par de
huevos de fraile o un par de huevos de seglar, y al pedir aclaración le
respondieron que los dos de fraile eran tres y el par de seglar, dos, a lo que
Dumas respondió que los frailes en España eran unos seres privilegiados.
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