La palabra puchero es parroquiana
de nuestras cocinas desde 1495, hija de “puches”, o sea “gachas”, y hay algo
onomatopéyico en ella: puch, puch, hace el puchero cuando bulle.
Puchero imprescindible para hacer unas judías con chorizo, que es uno de los
platos nacionales, dice el paisano Antonio
Civantos en “La cocina sentimental”. También nuestra paisana Teresa de Jesús, siempre en tierra de
legumbres, dijo aquello de que Dios también anda entre pucheros, lo que
significa que el demonio también está entre ellos, alimentando, por ejemplo, la
gula.El puchero es hermano del fuego y de alguna forma él
mismo es fuego, y cuando se dice fuego algo se enciende en la boca, escribió Neruda. El puchero es familiar y
telúrico: hay puchero gallego y andaluz, valenciano y castellano. Cada pueblo
tiene su puchero y guisa a su modo las alubias, las lentejas, recordando,
quizá, que “las legumbres y las leyes han sido siempre para los pobres”, según Paco Catalá en su libro “Cuarto y
mitad”, lo que nos recuerda, a su vez, a Manuel
Vicent en “Comer y beber a mi manera”. El puchero invita a comer caliente,
y “comer caliente, decía Vicent, es una expresión que todavía indica cierto
grado de dignidad”.Quizás el puchero no viva hoy su mejor momento
arrinconado por robots de cocina y cierto desapego a la cocina tradicional,
pero los espaguetis al dente con ajo, aceite y ají resultan más ricos en
puchero y por lo tanto más eficaces para quienes “enferman de palabra”, dice en
su “Tratado de cocina para mujeres tristes” Héctor Faciolince. En puchero hacía sus alubias con ajo, Chales Bukowski, y pucheros, ollas y
otros cacharros de hierro limpiaba con entrega Margaret Powell en los años veinte y así lo cuenta en su libro “En
el piso de abajo”, la historia de una cocinera inglesa.Pucheros, ollas y marmitas. Cazuelas. Son el mejor
hogar de nuestras legumbres, de nuestras alubias. En ellas todo cabe, como
demostró la Olla Podrida española, la madre de todos los cocidos. Y sin ellas,
el estofado sería un imposible. Tan importantes son las ollas, que nada bueno
le están diciendo a alguien cuando se afirma que se la ido la olla, y si algo
nos pone tierno y nos desarma es un niño haciendo pucheros.El protagonista de “Comí”, de Martín Caparrós, calcula cuántas comidas ha digerido hasta ese
momento de su vida. La mayoría de ellas, seguro que habían pasado antes por el
puchero.
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