Ya lo decía
Galeno: las trufas producen una excitación general que despierta la
voluptuosidad.
Las trufas
siempre han ido vinculadas al estímulo sexual y ahora que nos acercamos al día
de los enamorados quizás sea bueno recordar a Filoxeno de Leucade y aquellos
versos que decían: bebamos por la trufa negra/ y no seamos ingratos/ Pues avala
la victoria/ en seductores asaltos/ en ayuda del amor.
El propio
Casanova tenía a las ostras y las trufas como gran recurso. Una ensalada de
apio con trufas, le preparaba para la batalla carnal.
El diamante
negro de la cocina, como denominada a la trufa Brillant Savarin, quizás tenga
ese carácter excitante por su condición misteriosa: en la Edad Media se la
consideraba una deposición del diablo y se decía que despertaba las pasiones
carnales. La trufa estuvo maldita por los padres de la Iglesia, como San
Agustín.
Isabel
Allende, en su “Afrodita”, las tiene por afrodisiacas o románticas.
En cualquier
caso, si alguien te invita a comer e incorpora trufas en la comida es posible
que esté enviándote un mensaje codificado, en cuyo caso es bueno recordar
aquello que Oscar Wilde escribió en un papel donde antes había escrito una
receta con trufa: la única forma de superar una tentación es sucumbir a ella.
Los
egipcios, los griegos y los romanos ya tenían la trufa en su despensa.
Juvenal,
romano, era un entusiasta de las trufas libias hasta proclamar: “¡guárdate tu
trigo, Libia! ¡Guárdate tus rebaños! ¡Envíame solo tus trufas!
Los árabes
las tenían en gran estima: Mahoma, el profeta, dijo de ellas que eran el maná
que Alá envió a Moisés y que su jugo era una buena medicina para los ojos.
En España,
Enrique de Villena o Ruperto de Nola, la introducen en sus obras de cocina y a
partir de aquí formará parte de nuestra gastronomía, y hay quien, locamente
perdido por su sabor, misterio y encanto proclamaría aquello de “yo, por una
trufa, mato”. Y no sería original: Martin Walker escribió una novela titulada
“Black Diamond” en la que un inspector, Bruno Courreger, debe de
scubrir a un asesino
que se mueve en el mercado negro de la trufa en Saint Denis”.
Pero
volvamos al amor y al erotismo. Tomás Segovia, poeta valenciano de 1927
escribió en su poema “Llamada” aquello de labios comestibles, labios de trufa
celeste”.
También Ana
Merino se refirió a esos labios de trufa en Cucharadas:
Unos labios de trufa
y natillas calientes
con un poco de helado
y un bizcocho borracho…
y natillas calientes
con un poco de helado
y un bizcocho borracho…
Un hechizo perverso
para las bocas,
para los paladares insomnes
que después de amar
todavía tienen hambre.
para las bocas,
para los paladares insomnes
que después de amar
todavía tienen hambre.
Gastronomía y amor
van de la mano, en ambas se emplea la boca, en un caso para comer
metafóricamente y en otro de forma más real. En cualquier casos, algo de
trufa…ayuda. Que aproveche.
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