No viene a cuento, pero hace un días alguien me recordó que el desayuno es la principal comida del día y se me ocurrió lo siguiente:
Hablar de
desayuno es evocar a Audrey Hepbrun en “Desayuno con diamantes”, la película de
Blacke Edwars, inspirada en la novela de Truman Capote “Desayuno en Tifanis”.
Pero el desayuno de nuestro Góngora también tiene su lugar en el Olimpo de los
desayunos con su “mantequilla y pan tierno/ y las mañana de invierno/ naranjada
y aguardiente”. Por ese desayuno hubiese
matado el bueno de Sancho sometido en su Gobierno por orden médica a desayunar
“un poco de conserva y cuatro tragos de agua”, que según Cervantes, “cambiaría
Sancho por un pedazo de pan y un racimo de uvas”, y seguro que por un buen
torrezno haciendo caso a aquel personaje de Lope que proclama “quien con un
torrezno asado se desayuna, o con migas, al doctor le da cien higas”. El
doctor, el médico, era el problema de Sancho. Seguramente un dietista recomendó
aquello de desayunar como un rey, almorzar como un príncipe y cenar como un
vasallo, uno de los muchos dichos y refranes relacionados con la dieta, como
aquel que augura que “quien borracho se acuesta con agua se desayuna”.
Hay
desayunos tristes, como el de Jacques Prévert, que terminan con lágrimas:
Echó el café
En la taza
Echó leche
En la taza de café
Echó azúcar
En el café con leche
Con la cucharilla
Lo removió
Bebió el café con leche
Dejó la taza
Sin hablarme
Encendió
Un cigarrillo
Hizo aros
Con el humo
Echó la ceniza
En el cenicero
Sin hablarme
Sin mirarme
Se levantó
Se puso
El sombrero
Se puso
La capa de lluvia
Porque llovía
Y se fue
Bajo la lluvia
Sin una palabra
Sin mirarme
Y yo tomé
Mi rostro entre las manos
Y lloré
En la taza
Echó leche
En la taza de café
Echó azúcar
En el café con leche
Con la cucharilla
Lo removió
Bebió el café con leche
Dejó la taza
Sin hablarme
Encendió
Un cigarrillo
Hizo aros
Con el humo
Echó la ceniza
En el cenicero
Sin hablarme
Sin mirarme
Se levantó
Se puso
El sombrero
Se puso
La capa de lluvia
Porque llovía
Y se fue
Bajo la lluvia
Sin una palabra
Sin mirarme
Y yo tomé
Mi rostro entre las manos
Y lloré
Y otros desayunos más estimulantes, como el de
Luís Alberto de Cuenca: “tengo un hambre feroz esta mañana; voy a comenzar
contigo el desayuno”.
Hay quien
desayuna con Nietzsche, como Roger Wolf, que asegura que es “relativamente
fácil sobre todo si hace sol, la lluvia es fina…o hay cigarrillos, buen café,
ninguna compañía salvo el perro, y las periódicas noticias del gerente de mi
banco no me impiden deglutir”. Y también hay quien desayuna con Sócrates, como
Robert Rowland Smoth para adentrarnos en la filosofía cotidiana.
Nuestro
Nobel Camilo José Cela vaticinaba lo siguiente: “los españoles que todavía
desayunamos sopas de ajo, aún sin huevo, y copita de aguardiente de orujo, y
que en vez de leer un periódico nos fumamos un pitillo de picadura, estamos
llamados a desaparecer”. Lo del orujo está también en los desayunos de Luís
Mateo Díez: “Por las mañanas, nada mejor que una copa de orujo y buenos
churros”, dice el escritor.
Hay
desayunos en soledad y otros en familia, como los del periodista Roger
Rosenblatt que le inspiraron la sentimental y vitalista “Desayuno en familia”. Y hasta desayunos tabernarios a las seis de la
mañana con “tazas de té a cinco céntimos, copas de aguardientes de mora, de
hierbas, de limón, a cinco céntimos”, como en la taberna de Antonio Sánchez de la
novela “Historia de una taberna”, de Antonio Díaz-Cañabate.
Seguramente hay más referencias y si me las haces llegar te lo agradezco.
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