"Hasta San Antón, Pascuas son", dice el refrán, pero también se tiene por costumbre señalar la fiesta del santo protector de los animales como el inicio del ciclo de carnaval. Si un elemento gastronómico protagoniza la fiesta de San Antón esos son sus panecillos, que en algunos lugares lo son, efectivamente, pero en otros son más bien pastas, unas pastas de aspecto basto y marcadas por la tau o cruz egipcia, que es el emblema de la orden Hospitalaria de San Antonio. Pastas que si están hechas conforme a la tradición deben durar casi meses, pues parte de su finalidad es conservarse para llegado el caso ser empleadas como elemento protector.
El vínculo de San Antón y sus panes proviene del hecho de que en su retiro los pájaros le traían panes para que comiese, y suele ser frecuente en la representación del Santo y San Pablo Ermitaño, que el primero le ofrezca pan a éste. Pero no sólo eso, la Cofradía Hospitalaria de San Antonio tuvo fama de combatir el ergotismo o "fuego de San Antonio", tremenda enfermedad producida por un parásito del centeno, del que estaban hechos muchos panes ante la escasez y precio del trigo. Con preparados más o menos efectivo se combatía la manifestación de la enfermedad, pero eran los panes de trigo, ácimos, sin fermentar, y sin sal lo que realmente la aliviaban. A partir de aquí, aquellos panes de San Antón se popularizaron en un doble sentido: se repartían en las iglesias o se recibían en ellas. En el primer caso, los panes eran bendecidos y los vecinos se los llevaban a casa como elemento protector, algo que también se hacía con los panes que se bendecían en algunas misas del Gallo cuyo destino era un familiar que pudiera caer gravemente enfermo. En el caso de los panecillos del Santo, el destino era más bien animal, pero también humano. A veces era la iglesia la que recibía los panes de los feligreses buscando con ello fortuna o ver cumplidos los deseos.
La presencia del cerdo a los pies del Santo le vincula además con la protección a los animales, si bien su festividad marca el momento más álgido de las matanzas. En descargo de ello es preciso recordar que entonces un cerdo era el sustento principal de la despensa de una familia y eso pasaba por la certeza de que el cerdo estuviese sano. El veterinario tenía la última palabra, cierto, pero una ayuda de las alturas nunca venía mal.
Para proteger a los animales basta hoy con una bendición --y la consiguiente revisión veterinaria--pero en otro momento ante el primer síntoma de enfermedad el animal era marcado con un hierro candente del fuego de San Antón. Aún hoy, en muchos lugares, en las vísperas de la celebración se encienden hogueras, coincidiendo, además, con un ciclo en el que la luz del fuego viene a combatir la oscuridad invernal.
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